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Editorial de EL UNIVERSAL

Estados Unidos, modelo fallido

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    15 de marzo de 2010

    ¿Qué tan avanzado necesita ser un Ejército para eliminar a un enemigo que fácilmente se confunde con la población civil? Estados Unidos, poseedor de las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta, no ha descifrado la respuesta. Por eso saldrá de Iraq diezmado, desprestigiado, con la opinión pública en contra y dejando el Oriente Medio en las condiciones propicias para el extremismo: polarización, inseguridad y miseria. Por eso es incapaz de frenar el narcotráfico en su propio territorio. Varias zonas de México, así como nuestro Ejército, podrían sufrir el mismo destino si el clima de guerra que padecen se prolonga más tiempo.

    Ciudad Juárez es el ejemplo clásico. Miles de soldados no han podido frenar extorsiones, secuestros, asesinatos, el derrumbe de la actividad económica, la muerte de la vida nocturna. Es lógico hasta cierto punto porque no es su tarea procurar justicia. Sólo una fuerza de seguridad bajo mando civil, ceñida al debido proceso judicial, puede conseguirlo. Acapulco, Reynosa y Tampico parecen seguir el mismo sendero.

    ¿Y qué hace Estados Unidos? Otorga recursos a través de la Iniciativa Mérida para capacitar policías, mientras el Pentagóno planea incrementar el entrenamiento a soldados mexicanos en materia antidroga. Una contradicción. ¿Acaso no fue el Departamento de Estado del país vecino quien el pasado primero de marzo anunció que se profesionalizaría a los policías para que el Ejército ya no tuviera que realizar labores de seguridad pública? Estados Unidos debería saberlo ya: cuando los soldados permanecen entre la población civil los abusos proliferan y con ellos la deslegitimación de los militares. Si el Pentágono está actuando al margen de la Casa Blanca, Barack Obama debería concentrarse en coordinar a sus dependencias en vez de mandar boletines de indignación.

    Estados Unidos parece no querer que su vecino aprenda en su ejemplo la dolorosa lección que él mismo ha recibido. Porque si bien México es diferente a Colombia o Afganistán algo tienen en común todos los conflictos armados: el rompimiento del tejido social y la desestabilización de las instituciones. En el caos siempre impera la ley de la selva, y en ella prevalecen los grupos al margen de la ley, llámense paramilitares, narcotraficantes o terroristas.

    México debería aprender a estas alturas que no puede fiarse de las directrices estadounidenses. Nuestro poderoso vecino es un pésimo ejemplo a seguir por dos razones. 1) Ha sido incapaz, con toda su fuerza, de frenar el tráfico de enervantes en Asia y América Latina. 2) El alto nivel de corrupción de sus funcionarios en la frontera así como la enorme adicción de su población a las drogas muestran que no está dispuesto a asumir los costos de una verdadera guerra contra el narco. Nunca es bueno emular a los perdedores.



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