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Jean Meyer

Nuestro pan de cada día

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor ...

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    14 de marzo de 2010

    La semana pasada me preguntaba si somos demasiado numerosos sobre el planeta tierra; de manera inevitable, la siguiente pregunta es si el globo puede alimentar tanta humanidad, o, planteada la interrogación de otra manera, si los nuevos métodos en la agricultura, un mejor comercio de los alimentos, un desarrollo más equilibrado, permitirán una vida decente a 9 mil millones de terrícolas. Antes de hablar de las nuevas tecnologías de producción en el campo (y en el mar) hay que recordar que el egoísmo de los Estados y de las grandes corporaciones no tiene nada que pedir al egoísmo tribal de las naciones. ¿Quién estará dispuesto a compartir el pan que tiene con el vecino que no tiene?

    La primera reacción, reacción prolongada hasta la fecha y que va para largo, de ciertas naciones cuando, en 2007-2008, se dispararon los precios de los granos, fue lo que podemos llamar el agro-imperialismo: China, Arabia Saudita y otros países ricos pero con poca tierra de labor se lanzaron a la compra o a la renta a largo plazo de inmensas extensiones de tierra arable en países pobres como Etiopía, Madagascar, Zimbabwe… de hecho toda la África fértil pero pobre y también los oasis de Asia Central, como ciertas regiones poco pobladas de nuestra América se encuentran en la mira de los especuladores y estrategas que apuntan al horizonte 2050. Por cierto, a veces la literatura se adelanta, con mucha lucidez, a la historia. El escritor sueco Henning Mankel, en su novela El hombre sonriente (Tusquets), contaba hace unos años cómo China tomaba control del campo en el Zimbabwe del siniestro Mugabe… La ficción se transforma en realidad.

    Lo más impresionante del caso es que hoy en día África es incapaz de alimentar su propia población y depende tanto de importaciones de alimentos como de la ayuda internacional en esta materia. Según un estudio reciente de la FAO, una de las últimas reservas de tierra de labor del mundo se encuentra en la zona de sabana africana que atraviesa el continente desde Angola hasta Etiopía. Los gobiernos pobres, o incapaces o corruptos de aquellos países que no pueden utilizar tal capital natural, aceptaron y aceptan las ofertas tentadoras de otros países. Así Kenia rentó 40 mil hectáreas a Qatar (para producir arroz) a cambio del financiamiento de un nuevo puerto en el océano Índico. Corea del Sur va a desarrollar 600 kilómetros cuadrados en Tanzania a cambio de tierras agrícolas. Etiopía ha dado en renta por lo menos cinco millones de hectáreas de tierras supuestamente baldías, lo que provoca un gran malestar entre los campesinos que afirman que estas tierras les pertenecen. Parece que la historia de México a fines del siglo XIX se repite en Etiopía.

    Arabia, China y Japón, países que le temen mucho a una crisis alimenticia mundial, o a la escalada vertiginosa de los precios, siguen la misma política de prospección y renta en el mundo entero, entre los países subdesarrollados. Su análisis en prospectiva es que la única manera de asegurar la seguridad alimenticia de sus naciones es controlar la producción: a falta de tierra suficiente adentro de sus fronteras, hay que buscarlas afuera. Era el discurso de Hitler y de Mussolini cuando decían que a sus pueblos respectivos les faltaba “espacio vital” y que por lo tanto el primero quería apoderarse del granero de la URSS, la república soviética de Ucrania, y el segundo de Libia y Etiopía. ¿Habrá guerras algún día por la tierra y por el agua? Es lo que temen ciertos autores.

    Por lo pronto las naciones ricas en petróleo del golfo Pérsico calculan que su población aumentará 50% en la próxima generación (hacia 2030); como actualmente importan ya 60% de sus alimentos, quieren curarse en salud y eso explica sus inversiones en África. Los optimistas dicen que eso va a despertar al campesinado africano y poner fin a su muy baja productividad. ¡Ojalá y todos salgan ganando! Pero nada menos seguro.

    África es la última frontera, con la inmensa selva amazónica; al mencionar Brasil y la terrible deforestación que está sufriendo la Amazona, a manos de los campesinos sin tierra que pasan hambre, y de los grandes emporios, madereros, ganaderos y agrícolas (con la especulación sobre la caña y la soya), uno se siente invadido por el pesimismo. Además de la destrucción ambiental, esa marcha hacia delante de la frontera agrícola implica el aumento de las emisiones de carbono. ¿Saben ustedes que las emisiones agrícolas representan casi la tercera parte de los gases a efecto invernadero producidos por nuestras actividades?

    Guardo para la próxima vez el problema de las nuevas tecnologías para producir alimentos: la guerra de los transgénicos.

     

    jean.meyer@cide.edu

     

    Profesor investigador del CIDE

     

     

     



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