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Ernesto López Portillo

El hijo maldito

Ernesto López Portillo Vargas nació en la Ciudad de México el 30 de septiembre de 1968. Es fundador y Director Ejecutivo del Instituto para ...

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    02 de marzo de 2010

    EL UNIVERSAL publicó el sábado pasado (27 de febrero de 2010) una entrevista a Edgardo Buscaglia encabezada con el título Crimen organizado creció gracias a élites mexicanas. A la conversación no le sobra una sola palabra, por el contrario, está saturada de lecciones y advertencias profundas que merecen atención y respuesta. Buscaglia, uno de los más prestigiados expertos del mundo en la materia, pone el dedo en la llaga: la delincuencia organizada es un hijo de la élite empresarial y política mexicana, un hijo con el que organizaron una fiesta que degeneró en orgía de sangre y violencia. Ahora, los padres son también víctimas de una bestia incontenible que empieza a comerse incluso a quienes lo llevaron al festejo.

    Ubico en el núcleo del acertado análisis tres aspectos clave concatenados: primero, las élites procrearon al crimen organizado, segundo, ellas perdieron la capacidad de control sobre el crimen organizado que prohijaron, tercero, esas élites públicas y privadas en realidad no han tomado la decisión de parar a la bestia, con lo cual el Estado se debilita más y más, mientras que las organizaciones delictivas se fortalecen sin freno alguno.

    La investigación histórica lo ha explicado con toda precisión. El crimen organizado, en particular el dedicado al narcotráfico, nació y se consolidó en México en redes de complicidad con representantes de los gobiernos y del sector empresarial. La más reciente investigación ha venido develando que, a la caída del régimen de partido de Estado, la fragmentación del poder abrió paso a la “feudalización” del país, de manera que cada feudo funciona como relativa ínsula de poder público y de operación criminal, envuelta cada una en un tejido interminable de complicidades.

    Mi información proveniente de funcionarios federales, estatales y municipales, así como de organizaciones de la sociedad civil y académicos de varias partes del país, confirma un dibujo nacional que puede ser visto como un caleidoscopio donde un sinfín de colores, de tamaños irregulares, representan intereses y grupos criminales organizados, de variado poder e influencia, una veces asociados a los demás, y otras en plena confrontación. Algunos llaman a esto anomia.

    Se fragmentó el poder político y con ello se fragmentaron los circuitos de las élites públicas y privadas; entonces vino el caos porque tal fractura quebró en mil pedazos el tejido de complicidades y no vino un nuevo régimen de partidos que hiciera posible la imposición de la ley. Vino en cambio un régimen de partidos caótico donde un segmento de las élites públicas y privadas representa al crimen organizado, otro está sometido por aquél, y otro más es débil y no tiene los instrumentos para enfrentarlo.

    Así se revela el gran valor de esta perspectiva bien afilada por Buscaglia: el problema del crimen organizado es, ante todo y sobre todo, de orden político. Esto quiere decir que haga lo que haga el aparato penal, sus resultados serán meramente marginales mientras atrás del mismo estén esas élites que no crean un pacto que las una y les haga suficientemente fuertes, para en efecto usar de manera contundente el instrumental penal que provee el Estado de derecho. Si la clave del problema es de tipo político, entonces la clave de la solución es igualmente política. Por eso el afluente del que puede nacer esa fuerza definitiva contra el crimen organizado es el pacto político del que algunos venimos hablando desde hace años. Cada día que pasa y ese pacto no llega, el crimen crece y el Estado se contrae. Son efectos acumulados, la impunidad abre paso a más impunidad. Lo que antes era un caleidoscopio pequeño con algunos colores en algunas partes del país, ahora se revela como un crisol interminable de poderes criminales que suman decenas de negocios ilícitos y un poder de fuego incontenible. No hay quien haga valer el Estado de derecho. Y la noticia de última hora es, por decir lo menos, inquietante: si el pacto de las élites no viene, entonces quizá sólo un pacto de la sociedad pueda cambiar la historia. De todas maneras el tiempo se acabó y en México se cuentan los días por número de muertos. Un hijo maldito para una verdadera tragedia.

    Director ejecutivo del Instituto para la Seguridad y la Democracia, AC



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