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Élmer Mendoza

Diego Enrique Osorno

Elmer Mendoza. Escritor, Culiacán, Sinaloa. Estudió Letras Hispánica (UNAM). Imparte literatura, creación literaria, programas y conferenc ...

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    04 de febrero de 2010

    Poner ante nuestros ojos la génesis y el desarrollo de una actividad que ha generado fortunas y desgracias, además de una guerra estúpida que los que la han promovido deberían acabar, es lo que consigue Diego Enrique Osorno, en El cártel de Sinaloa, una historia del uso político del narco, publicado por Grijalbo en noviembre de 2009. Después de una investigación exhaustiva y apasionada, aporta numerosas respuestas a la pregunta que un país entero se hace: ¿cómo llegamos a esto?

    Luego de un inteligente prólogo de Froylán Enciso, Diego utiliza el recurso narrativo de seducir desde el principio: “Los enviados del cártel de Sinaloa entraron desarmados por la puerta principal de Los Soles y caminaron sin prisa por el edificio, como si tuvieran un lugar en él”. Era 1997 y a quien buscaban era a Mauricio Fernández Garza, un empresario que se perfilaba como candidato a la gubernatura de Nuevo León, los recién llegados “traían velices llenos de dinero para donar a su campaña”. “¿Y qué quieren a cambio de esos velices?...Nada”, de inmediato Osorno nos comparte uno de los mitos más relevantes de la política mexicana: ¿emplean o no dinero sucio?

     

    Todo tiene su historia. Apoyándose en Luis Astorga, el investigador más acucioso en el tema en nuestro país, nos enteramos de que: “En 1886 ya se contaba la adormidera blanca entre la flora de Sinaloa”. Nos cuenta también el papel de los chinos que según Manuel Lazcano “trajeron la amapola”. Cita también a Harry J. Anslinger, que en 1937 declaró: “La mariguana es la droga que más violencia está causando en la historia de la humanidad”. Nos cuenta que Bugsy impulsó la siembra de la adormidera, de los botes mantequeros llenos de goma, que el presidente Miguel Alemán apreció: “Qué produce divisas” el narcotráfico, de cómo se relaciona el narco con la guerrilla, de los Zetas, del Gitano que mató a un gobernador que había coronado a la reina del carnaval de Mazatlán, de la Operación Cóndor, que “mucha gente aquí quiere más a los narcos que al Ejército”, de los Beltrán Leyva, del Chapo Guzmán, de Félix Gallardo, de “El señor de los cielos”. Incluso muestra fotos de algunos de los mencionados.

     

    Diego Enrique Osorno, nacido en Monterrey, Nuevo León, México, en 1980, posee el toque maestro para contarnos una realidad lacerante con aire de ficción. Hay una estética de la naturaleza que nos permite evaluar un atardecer, una lluvia en el desierto, un grupo de rocas afectadas por la humedad o la sensación de paz en un lago silencioso. El discurso de este libro no sólo impacta por los datos, sino por la forma cuidadosa en que está elaborado, que linda con el sentido literario. La charla que el autor sostiene con el hijo de un capo puede ejemplificar lo que expreso: “¿Qué sentías? Miedo”.

     

    Es sorprendente la presencia de los chilenos en el tráfico de cocaína que le revela Paul Gootenberg, un experto neoyorkino. “Fue en Chile donde se crearon los primeros grupos dedicados al trasiego de la droga a escala internacional, teniendo como nicho comercial a ejecutivos de Estados Unidos y Europa”. Cuando Pinochet toma el poder acaba con ellos y entonces surgen los colombianos, que lograron convertir el tráfico del alcaloide en la industria más próspera: “El hecho de tener regímenes represivos en Brasil, Argentina y Chile ha dado impulso a Colombia”. En los años 50 México era una estación de tránsito poco importante. Fue en los 70 cuando el mapa de la ruta de la coca “droga que es 100 por ciento latina” se modificó.

     

    Osorno nos explica el país. Dónde, cuándo, por qué, quiénes. Desliza datos sobre la relación del narco y el Ejército, el narco y la política, el narco y la violencia, el narco y la música, Malverde y la Virgen de Guadalupe. Cómo se han ligado personas de Sinaloa, Nuevo León, Guerrero, Michoacán, Chihuahua, Tamaulipas, Baja California y Oaxaca. Da testimonio de la flagrante corrupción de los sectores que deberían haber resistido, a la vez que marca el asesinato de Pedro Avilés como el punto en que el narcotráfico deja de ser un asunto rural para convertirse en un fenómeno urbano.

     

    El cártel de Sinaloa es un libro escrito con pasión, por un autor preocupado por dimensionar un país en el que no se puede resolver la violencia con declaraciones increíbles, con “esa engañosa voz institucional que hoy se cuela por todos lados, carcomiendo el entendimiento”. Un país al que le urge dejar de ser surrealista cuando menos en ese aspecto.

    Osorno es un periodista con vocación que aprendió con los viejos zorros de bar y ha velado sus armas correctamente, “busqué y confronté testimonios directos de policías y pistoleros…”, y cierra su presente trabajo con una pregunta que ya es tiempo que nos respondan: ¿cómo pasamos del miedo a la esperanza?

     

     



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