Opinion

Tanto la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) vaticinan una lenta recuperación de México, muy por detrás del resto del mundo y de América Latina. Una profecía que tiene todos los visos de cumplirse, aunque todavía está en manos del país refutarla.

La discusión en realidad tiene que ver con la velocidad de recuperación y, a su vez, con la capacidad del Estado mexicano para hacer que el país dependa menos del mercado estadounidense y más del mercado interno.

Esta misma semana el Nobel de Economía Joseph Stiglitz dijo que México había equivocado sus políticas anticrisis, a lo que de inmediato los representantes del gobierno federal respondieron. Agustín Carstens, secretario de Hacienda, dijo que México no tuvo posibilidad de aplicar políticas contracíclicas como las de otros países porque fiscalmente no hay dinero, mientras que para Ernesto Cordero, secretario de Desarrollo Social, el gobierno de Felipe Calderón sí invirtió los recursos suficientes. La sola contradicción entre ambos argumentos muestra la inconsistencia de la política hacendaria mexicana. No se puede por un lado decir que no hay recursos en tanto se asegura que hubo inversión más de la necesaria para reactivar la economía.

Pero no sólo en el gobierno federal hay inconsistencias respecto de estos asuntos. En realidad el país entero ha extraviado la posibilidad de un consenso para dictar la velocidad con la que se debe salir de la crisis, y el esfuerzo público y privado requerido para lograrlo.

Bajo este punto de vista sólo queda conceder la razón a Stiglitz. México ha hecho mal las cosas al afrontar la crisis, sobre todo a la hora de pactar que todos los esfuerzos vayan hacia una misma dirección.