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Élmer Mendoza

Heriberto Yépez



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    30 de septiembre de 2009

    El panorama de la literatura de la violencia en América Latina se vuelve cada vez más amplio e interesante. Dice Ramón Olvera que los colombianos han inventado la novela del sicariato, mientras que los mexicanos hemos creado la literatura del narcotráfico. Si esto es cierto, agreguemos la literatura de los adictos, como parte del paquete y señalemos como pieza importante Al otro lado, la novela de Heriberto Yépez que publicó Planeta en 2008.

    Con prosa descarnada, Yépez devela una realidad tan dura que jamás consigue que sus metáforas alcancen la fuerza suficiente para lograr ese cruce de significados con éxito. Ciudad de Paso será siempre un gigantesco lugar en descomposición, Tiburón lejos del agua estará perdido y la terrible realidad del “Laberinto que tienes que atravesar si quieres llegar al otro lado”, será, sin más, el famoso muro que intenta detener el flujo de emigrantes de una zona miserable a una desarrollada. No estamos ante un personaje minotáurico pero se le parece.

    Todos los personajes han probado el phoco, la droga de la nueva era. Pseudoefedrina, soda cáustica, veneno para ratas, ácido de baterías y otros componentes le dan el poder de mantener a los adictos en trance o de aniquilarlos cuando se exceden. Yépez nombra, señala, crea espacios, efectos, actitudes, sueños, relaciones, donde la vida tiene todo lo que han dicho que hay en el infierno. Tiburón entra y sale, es “un adicto funcional”; los que apenas lo han probado no pierden la curiosidad fácilmente y otros, como Elsa, tendrán un final ligado a la droga.

    Al otro lado tiene tanta intensidad que no pocas veces el autor se proyecta como personaje, sobre todo en el manejo del lenguaje en que pocas veces se mantiene al margen: “Allá afuera las cosas estaban encabronándose”. Crea mundos paralelos: la realidad de una ciudad fronteriza con un país donde viven, “en palabras de Nicholas von Hoffman, un puñado de ‘imbéciles, estúpidos y bobos’”, según Morris Berman; y el plano de las alucinaciones, que por lo regular son puentes entre el deseo y la realidad de los personajes.

    Resulta curioso que sean Christa, un carro, y Cholo, un perro, los que representen los planos de coherencia dentro de la novela. Ni siquiera los niños que parecen estar predestinados a lo peor de la historia tienen ese peso. La presencia de “chiquinarcos”, puede ser graciosa por la expresión y su carga televisiva, pero resulta escalofriante en este nuevo contexto, donde en relación a un niño se sostiene que: “No es que estuviera a salvo de la ley. No. Es que estaba a salvo porque la Ley no existía”. Además de las 20 mil narcotienditas que lo rodeaban.

    Heriberto Yépez, nacido en Tijuana, BC, en 1974, es un observador apasionado y uno de los pensadores actuales que intenta explicarnos qué pasa con los grupos sociales y artísticos. Un país tan conservador como el nuestro donde se asustan de todo requiere de voces como la de Yépez que no teme cuestionar a los iconos de papel que alcanforizan nuestra cultura y nuestra política. Escritor in cansable, lanza constantes dardos que es imposible ignorar.

    Poblada de personajes en el límite: los adictos, los dilers, el coyote, los migrantes, la policía, los amorosos; la novela se mueve en un espacio que por más que el autor intenta simbolizar cae por la tremenda fuerza del realismo: una pensión maloliente, calles como Nueva Revolución y Antigua Constitución, las botargas, el ambiente en el Vacabar y María Félix son referentes que valen por sí mismos; el lenguaje se renueva con expresiones como: maltripeado, phoqueando, gansta rap, magarre, matamorros, producto de ese inquietante laboratorio lingüístico que es la frontera.

    “Nuestras pasiones son los fantasmas de las bestias”, sentencia Yépez sin acusar cansancio. Si laborare cansa, sobrevivir una realidad violenta es agotador. Ante un discurso que no da tregua, la ficción juega todas las claves y pierde. La gran metáfora del texto se encuentra en Al otro lado. Todo tiene otro lado. Tiburón y Elsa, viviendo sus adicciones, se quedarán flotando en sus secuelas. Yépez desmenuza la dependencia y va más allá de la ansiedad y el sudor, que también es otro lado del que no se regresa. Y es la única opción de Tiburón, porque en su intento de internarse en la Unión Americana, lo atrapan y lo deportan.

    Al otro lado es solvente, dinámica, eficaz, articulada, de ritmo abrumador y sísmica. Autárquica a pesar de todo. Pertenece a esa clase de novelas que los críticos agradecen que se publiquen, porque no sólo hacen posible una prosa renovada, sino que refuerzan una literatura que no excluye la realidad para ser moderna.



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