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Antonio Cervantes

Benjamín Le Barón



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    09 de julio de 2009

    Un león. Grande. Eso fue lo que pasó por mi mente cuando lo conocí en el aeropuerto de Chihuahua hace unos días. El motivo de mi visita era entrevistarlo a él, a sus familiares y a su hermano, Eric Le Barón, secuestrado el 2 de mayo pasado y liberado por sus captores ocho días después; gracias al impulso, la valentía y el sentido de comunidad de su familia, amigos y vecinos.

    Tuve el privilegio de convivir durante casi 48 horas con Benjamín Le Barón. Tiempo suficiente para quedar contagiado por una presencia de hombre de paz, de ideales frescos y de un amor feroz a la familia, a la tierra, al esfuerzo y al futuro.

    “Hay que tener responsabilidad por nuestra libertad”, comentó él en algún punto durante el camino. Sostenía que lo que sucede en México hoy está muy mal, pero que si queremos tener una vida tranquila, libre y pacífica, pues nos la tenemos que ganar, apostando por ella todo lo que tengamos. Y en la magnitud de esa apuesta estará nuestro deseo de ver cristalizada nuestra meta. La convicción con la que hablaba era tan potente como la raíz de su voz. El hombre estaba hecho de una sola pieza. Sólido en sus ideas, sus palabras y sus acciones.

    De visita en el rancho habló sobre la historia de su familia, desde los primeros que llegaron al Valle de Le Barón. De cómo seleccionaron tierras de cultivo al mirar el tipo de arbusto que crecía en ellas, de cómo construyeron con sus manos la fertilidad del valle, cómo crecieron ganado y cómo han prevalecido las gotas de su esfuerzo en los frutos y las semillas que hoy cosechaban él y sus hermanos.

    En la cima de una colina, desde donde se ve todo el poblado, con el atardecer rojo pegando de frente a las montañas, él señaló a lo lejos y dijo, con una sonrisa de orgullo, que ese valle y los nogales y las casas y los niños y ese camión suyo que se veía a lo lejos, todo eso, era la obra de tantos y tantos años de trabajo honesto. De tantas generaciones. Y que nunca estaría dispuesto a irse y menos para dejarlo en manos de criminales sinvergüenza. Aquí endureció el rostro y la mirada.

    Estoy seguro de que ese mismo rostro de combate es el que miraron quienes le quitaron la vida hace unas horas. “Le colocaron una manta a manera de advertencia”, dicen en las noticias. ¿Por qué? ¿Por haberse negado a pagar el rescate de su hermano? ¿Por sabotear el negocio de la muerte? ¿Por defender la vida de la comunidad? ¿Qué significa la muerte de Benjamín Le Barón? No sé. Muchas cosas. En primer lugar él sabía que lo que estaba haciendo era peligroso. Pero estaba profundamente convencido de ello, de sus ideales, de lo que toma luchar por ellos, ¡de lo que implica tenerlos! Así que esta muerte es un atentado en contra de los hombres que defienden ideas nobles con acciones firmes. En segundo lugar se trataba de un líder que buscaba la paz. El respeto a la vida. Entonces este acto de muerte también pretende aniquilar la esperanza de un país armónico, donde el bien más preciado sea cuidado por todos. Es un acto de terror que desea llenar de miedo los cuerpos y los pensamientos de la gente. En tercer lugar, han matado, ejecutado, a un empresario, trabajador y honesto. Aquí el significado sería que el crimen prevalece sobre el esfuerzo honrado de la gente productiva. Emprendedora. Por último, han terminado con la vida de un esposo y un padre de cinco pequeñitos. Es un mensaje en contra de la familia, una amenaza a la intimidad, a los sueños, al porvenir y la supervivencia.

    Pero no. Todas estas serían lecturas miopes frente a la estatura de este hombre.

    Los últimos meses de la vida de Benjamín, su muerte incluida, deben leerse como el comienzo de una expresión humana valiente. De una rebelión serena y fuerte en contra de la violencia que unos cuantos ejercen sobre millones. De una sentencia de “no más” vivir con miedo, de rodillas, agachados. Resignados. O culpando a otros, a la historia o al destino, de nuestra condición. Benjamín asumió su responsabilidad de vivir como asumió la responsabilidad de construir su propia casa, con sus propias manos, y de repararla cuando hacía falta. Y como asumió la responsabilidad de instruir y amar, hasta donde pudo, a los cinco pequeños niños que corrían y jugaban por la casa aquella noche en que me invitó a cenar. Y la responsabilidad de procurar a su maravillosa esposa. De abrazarla. Y la de inspirar a una comunidad entera a defenderse, pacíficamente, para vivir sin miedo.

    Un escrito que me regaló, titulado “La cultura de la paz”, habla de un sueño: “…el sueño de la vida, la libertad y la felicidad… el sueño de la vida vivida en acuerdo con el propósito por el que se creó… el sueño de la dignidad del hombre…”.

    Con la muerte de Benjamín Le Barón nace un árbol nuevo en Galeana, estado de Chihuahua, México. Y de todos los que estamos vivos todavía depende que ese árbol, y sus frutos, sean utilizados para nutrir el alma de este pueblo que se resiste a mirar su grandeza. A defender la vida con más vida.

    Periodista



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