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Élmer Mendoza

Jorge Moch



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    08 de julio de 2009

    “Sólo lo fugitivo permanece”, escribe Jorge Moch en su novela ¿Dónde estás, Alacrán? publicada por Planeta en 2008 y se posiciona como un celular encendido, para contarnos una historia llena de registros emocionales donde prevalecen dos líneas complementarias: la venganza y la búsqueda.

    Encontrar al Alacrán Farías, protagonista de su entrega anterior, Sonrisa de Gato (2006), siguiendo un rastro de sangre que se verá generosamente enriquecido, es el eje narrativo del que pende una serie de historias secundarias donde políticos, policías y delincuentes se confunden. El país de esta novela es un país donde cabe todo; desde el amor de dos seres mayores que asumen de pronto que una mirada es el mensaje y es suficiente, la deslealtad y hasta el retorno del pasado de un grupo de personas cuyo vivir diferente viene a darles un final indeseable. En la vida todo se paga y en las novelas también. Eneás Tassio, un investigador de manos ágiles, con las necesarias relaciones con la policía y el bajo mundo, recibe el encargo de ubicar al Alacrán Farías, el hijo de Guillermo Farías, un político chivo expiatorio que purgó 25 años por daños a la economía de la Nación. No confiesa para no dañar al presidente. Cuando sale de prisión quiere saber donde está el hijo que no crió y del que ha escuchado cosas terribles. Tassio seguirá las leves huellas ayudado por el Mataperros, el único amigo fiel de Farías padre y un sicario efectivo en su tiempo.

    Los detectives de nuestro época son finos, curiosos y cultos. Siguen siendo cínicos y brutales, pero su perfil se ha enriquecido con lecturas o carreras universitarias, por su gusto por la música formal y por los buenos tragos. Otra cosa es que se enamoran con cierta facilidad y tienen hijos o hijas que igual les hacen ver su suerte. Tampoco desdeñan los antros de mala muerte donde la vida lleva otro nombre. Eneás Tassio está en el grupo, y es una mezcla poco casual de asesino y lector de poemas de Quevedo entre otras cosas. A Quevedo, que tenía lo suyo, según se lee en su biografía escrita por Pablo Juaralde Pou, le hubiera encantado enterarse de estos incondicionales.

    Tassio, un duro a quien fascina ver el rostro de los moribundos boquear, con su propio catálogo de fauna peligrosa y vocabulario, lanza de cuando en cuando su jerga gachupiana y cuenta su vida aquí y en la España que le tocó vivir. Hijo de un guardia civil franquista, es un sobreviviente. Su falta de piedad viene de su educación sentimental y su destreza de la seriedad con que se toma el entrenamiento. Como los humanos siempre están tratando de acabarse entre sí, no le falta trabajo, aunque su secretaria, diste mucho de ser el modelo rubio de los grandes maestros y su oficina esa segunda casa donde los hombres de negocios se quedan todo el tiempo.

    Guillermo Farías, víctima de una obsesión, le cuenta parte de su historia y le encarga encontrar a su hijo Marcial. Tassio utilizará sus recursos para tejer fino y poner al descubierto que el tiempo jamás pasa más rápido de lo esperado. Con su instinto, sus contactos y su conocimiento del medio, irá encontrando a los que conocieron al Alacrán y les hará la pregunta del título. Sin embargo, en la ruta encontrará a Graciela que le provocará todo tipo de desconciertos, entre ellos la reconsideración de su salvajismo.

    Moch, nacido en el DF en 1966 y avecindado en La Madrugada, Veracruz, desdobla la crueldad íntima de la vida. Página a página encontramos que el balance siempre favorecerá a los malos y desde luego a los fuertes, que por más que estén llenos de sentimientos y angustias tienen claro por qué están en este mundo. Cada personaje tiene razones profundas para ser como es y lo reconocen. Incluso, aparece la técnica epistolar trabajada con calidad, lo que se nota por la manera en que el remitente va saliendo de su nicho para quedar a la vista de todos. De paso nos acerca a la personalidad de Graciela Cabral, su ex esposa y madre del Alacrán, una mujer que decide ejercer su derecho al amor como una forma de estar viva. La parte narrada en primera persona también es confesional e interesante.

    ¿Dónde estás Alacrán? Es una novela negra. Así lo expresan el sentido de las muertes que ocurren: sangrientas, misteriosas y calificadas como necesarias, el perfil del detective y el humor en relación a la vida real y sus quebradizas reglas de buen comportamiento. Moch trabaja cada personaje hasta no dejar hueco posible, se mueven bajo una mano sabia y lacerante: “un hombre fuerte que además está metido en la política es por fuerza un abusador”, apostrofa sin matices, y lo convierte en principio, aplicado en un país posible con numerosos nombres. Moch sabe del poder de la novela para retratar un país y lo deja claro. Un país, donde la corrupción galopante parece no tener fin. Cada línea es un grito que aspira a ser algo más que parte de un discurso literario.



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