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Javier Aparicio

A un mes de la elección



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    09 de junio de 2009

    Estamos a menos de cuatro semanas de las elecciones para renovar la Cámara de Diputados, en lo que puede considerarse el periodo más importante de la campaña electoral —cuando los mensajes en medios, debates, escándalos y otros eventos en verdad pueden afectar el resultado de la elección.

    Para la mayoría de los votantes resulta lógico y natural no prestar mucha atención al proceso político-electoral hasta que se acerca el momento de tomar dos decisiones clave: acudir a votar o no y, en caso de hacerlo, qué opción elegir, y como no se requiere una gran cantidad de información para tomar estas poco costosas decisiones, basta hacer caso omiso del ruido electoral hasta unos días antes de la elección.

    Antes de este periodo las intenciones de voto reflejan principalmente la llamada afinidad partidista y existe una gran incertidumbre de hacia dónde se inclinarán los votantes indecisos o independientes —si acaso votan, claro está.

    Las elecciones intermedias tienden a generar poco interés por parte del electorado: es una contienda con muchos candidatos (baste ver la lluvia de nombres y rostros en los pendones y bardas de cada pueblo o colonia), de quienes poco se sabe y poco se espera, toda vez que casi nadie conoce las funciones de un legislador. El Congreso es un poder colectivo sin nombre propio en el que la atribución de responsabilidad se diluye fácilmente: todo lo malo de la política se debe a la “bancada de enfrente”.

    La cuarta ronda de la encuesta panel de Berumen y Asociados, levantada entre el 29 de mayo y el 1 de junio, revela pocos cambios notables en las intenciones de voto observadas un mes atrás. Las preferencias por PRI, PAN y PRD aumentaron entre 1.5% y 1.8% cada una, lo cual mantiene al PRI con una ventaja de 5.9 puntos sobre el PAN, que es prácticamente el mismo margen observado un mes atrás. Esta alza marginal para las principales fuerzas políticas se debe a que el porcentaje de indecisos ha comenzado a disminuir y entre mayo y junio pasó de 27.2% a 21.3%.

    Conforme nos acercamos a la elección, cada vez más indecisos se inclinarán hacia un lado u otro, y otros no votarán. Resulta primordial analizar hacia dónde se inclinaron estos indecisos: de los votantes indecisos encuestados en mayo pasado, 8% ahora se inclina por el PRI, sólo 4% por el PAN y 2% por el PRD. Y como el PRI aventaja desde ahora en las preferencias “duras”, el que también lo haga entre las preferencias “volátiles” es una mala noticia para el PAN.

    Otro dato relevante de la encuesta se refiere a la relación entre afinidad partidista e intenciones de voto. Claramente, los simpatizantes de un partido tienden a votar por ese partido. Pero bajo ciertas circunstancias pueden votar por una segunda preferencia (como con el llamado voto útil). Hoy vemos que un tercio de los simpatizantes del PRD se inclina ya por otros partidos: 9.5% de ellos hacia el PRI e incluso 7.2% hacia el PAN.

    Pero quizá es más importante que 5.6% de simpatizantes panistas se inclina hoy por el PRI, mientras que sólo 3.1% de simpatizantes priístas lo hace por el PAN. Es decir, el PRI parece estar atrayendo más intenciones de voto de simpatizantes panistas y perredistas que sus rivales.

    En cuanto a la distribución territorial de preferencias, vemos que hoy el PRI aventaja al PAN en tres de cinco circunscripciones. La segunda circunscripción es del PAN. La primera, que comprende los estados desde Jalisco hasta Baja California, puede considerarse reñida entre PRI y PAN, pero no así las demás, donde este partido está en un lejano segundo lugar. El PRD, por su lado, es segunda fuerza en dos de cinco circunscripciones (una de ellas comprende el DF, Puebla y Guerrero). Las implicaciones de esto son que para el PRI resultará más fácil cosechar asientos de mayoría relativa que para el PAN, aun viéndose empatados en las preferencias nacionales.

    Por último, existen ciertas voces a favor de anular el voto este 5 de julio. El argumento, al parecer, estriba en dar una señal fuerte a los partidos políticos del descontento e indiferencia que generan entre un grupo de ciudadanos. Tomarse el esfuerzo de acudir a las urnas y anular el voto resulta una intención acaso encomiable, como lo es el acto cívico de votar por quien sea, pero poco útil en cuanto a sus consecuencias reales. El porcentaje de votos es lo único que importa en una elección, y un voto por un partido rival es mucho más doloroso para cualquier partido que un voto nulo o una abstención.

    javier.aparicio@cide.edu

    Investigador de la División de Estudios Políticos del CIDE



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