Opinion

En enero de 1962, la Organización de los Estados Americanos (OEA) expulsó a Cuba. La razón: “El marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano”. Así de simple y absurdo. Ayer, 47 años después, el organismo revocó la resolución. Un acto histórico, admita o no Fidel Castro el guiño hemisférico.

Cuando Cuba fue expulsada, México se abstuvo. Desde entonces hubo una buena relación bilateral hasta que en 1994 los gobiernos de Castro y Zedillo se distanciaron por que éste esgrimió los derechos humanos en Cuba como parte de la agenda. El largo idilio entre ambos países pudo ser más bien pragmático, pues existe la hipótesis de que los gobiernos priístas pactaron el apoyo a la isla a cambio de su no intervención en la política interna nacional.

Haya sido como haya sido, México supo resistir la imposición de Estados Unidos a la dócil América Latina de aquella época. La geopolítica mundial ha cambiado mucho desde 1962; la caída de la potencia soviética, el surgimiento de nuevos retos mundiales que requieren de la cooperación internacional y el ascenso de actores de peso como China han disminuido en los últimos años el poderío de Estados Unidos.

Hoy, abiertamente, dirigentes de países latinoamericanos como Hugo Chávez y Evo Morales denostan al gigante del norte y el Presidente mexicano se da el lujo de promover ante sus colegas sudamericanos la creación de una nueva OEA pero sin Estados Unidos. Lo que Fidel Castro llama “el imperialismo norteamericano” ya no lo es tanto.

Además, se combinan dos factores: Raúl Castro suple a su hermano en la dirigencia de Cuba con un discurso proclive al diálogo y dispuesto a la modernización; mientras, el recién llegado Barack Obama se declara afín al acercamiento con el régimen socialista.

Lo que inició en 1962 llega a su fin. Es un hecho indudablemente histórico. Punto y aparte será lo que decida el gobierno cubano, tal vez más interesado en la salida de Estados Unidos de la OEA que en dar con su regreso legitimidad a la organización.