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Ricardo Raphael

No es un día de campo

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    01 de junio de 2009

    Más simplismo es imposible. Toma general de un amplio valle rodeado de coníferas. Podría ser el parque natural de La Marquesa, las Lagunas de Zempoala o Tres Marías. Cualquier lugar donde los amigos se regalan un día de campo tomando cerveza y compartiendo tortillas, salsa y carne asada.

    Cuando la cámara se acerca, el observador se topa con un juego que nada tiene de lúdico. Dos grupos muy distintos de personas, separados por un breve charco de agua, tiran desde los extremos opuestos de una larga y gruesa soga. El primero está integrado por personajes, todos, sacados de una película de piratas posmodernos.

    Se distingue en sus brazos y torsos el tatuaje de la gente muy mala. Alguno lleva puesto un parche en el ojo izquierdo. Otro, una espantosa chamarra de cuero negro. Sus rostros a medio rasurar, su corpulencia voluminosa, los cuchillos sostenidos en el cinto y los lentes oscuros, de corrupto policía judicial, confirman el estereotipo de la vileza.

    Del otro lado del charco jala de la cuerda un grupo muy distinto de individuos. Jóvenes recién salidos de un buen colegio de hermanos maristas, todos bien peinados e impecablemente afeitados. Gente muy decente que lleva puesta una linda playera azul estilo Polo. La nítida imagen del buen ciudadano que por unas horas abandonó la colonia Del Valle de la ciudad de México.

    Hijos de buenas familias que por su sola ingenuidad estarían condenados al fracaso si no fuera porque, de pronto, decenas de sujetos, también pulcros y también muy decentes, se suman a la responsabilidad de terminar con los malvados piratas.

    Este anuncio publicitario patrocinado por el Partido Acción Nacional no tiene desperdicio. Resume, como ningún otro texto, el discurso que los mexicanos hemos venido recibiendo del gobierno de la República, desde que Felipe Calderón —forzado por las circunstancias— decidiera colocar como su más alta prioridad la lucha contra el crimen organizado.

    Un discurso, repetido hasta el cansancio, que divide a los mexicanos (y sus políticos) entre buenos y malos. Que separa a los perversos de los bondadosos, a los corruptos de los honestos, a los voluntariosos de los pusilánimes, a las brujas de las hadas, a los monstruos de los caballeros, a los héroes de su antítesis.

    Más por ingenuidad que por discernimiento, habrá quien todavía se crea el mito que presenta a los gobiernos panistas como inmaculados frente a la ruindad de los criminales organizados. Contraria a esta historia infantil se exhibe en México una realidad muy distinta: todos los partidos son vulnerables frente al poder criminal.

    Apenas hace siete meses fue detenido Noé Ramírez Mandujano, ex subprocurador responsable de investigar a la delincuencia organizada, y Miguel Colorado González, también alto mando en la lucha contra la inseguridad. Ambos trabajaban para el gobierno federal panista en la primera línea del frente. Apenas hace 15 días fueron apresados Luis Ángel Cabeza de Vaca y Francisco Sánchez González, ex responsables de la seguridad pública en el estado de Morelos, cuyo gobierno también es panista. Pocos días después, 10 alcaldes municipales de Michoacán, seis pertenecientes al PRI, dos al PAN y dos al PRD corrieron con la misma suerte.

    Si la metáfora del día de campo tuviera algo de honestidad, ciudadanos bien peinados estarían hoy jalando de la cuerda acompañados de maleantes, mientras piratas trasnochados harían lo propio asistidos por gente decente.

    El crimen organizado no conoce los linderos partidarios, ni tampoco distingue entre los ámbitos del poder legal. Igual cuenta con aliados priístas que perredistas, panistas o pevemistas. Compra altos funcionarios de la SIEDO, procuradores estatales, jefes de policía o regidores de municipio. Es un virus altamente contagioso y de obvia naturaleza arbitraria.

    México transita por una época muy trágica de su historia. Una cosecha roja de más de 15 mil cadáveres al año que permanecerá en nuestra memoria como una de las más vergonzosas. De toda evidencia no se trata de un domingo en La Marquesa. La sobresimplificación nos hace vulnerables. La ingenuidad en tiempos como éstos condena a la derrota.

    El PAN ha cometido un error al hacer de las políticas contra la inseguridad su principal bandera de campaña. No logró resistirse a la tentación y lanzó un bumerán que muy fácilmente puede revertirse en su contra. No hay maniqueísmo saludable, ni mexicanos que se traguen la fábula infantil. La lucha contra el crimen organizado habría de ser una política de Estado, que no una bandera de unos cuantos buenos muchachos asociados en un solo partido.

    Analista político



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