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Alfonso Zárate

El arrepentimiento

Alfonso Zárate Flores, Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, GCI. Académico, actor político y analista de los fenómenos del ...

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    21 de mayo de 2009

    Control de daños a control remoto: apenas habían pasado unas horas de la difusión de fragmentos de la entrevista que le concedió a Carmen Aristegui, cuando se puso en marcha —dicen que desde Londres— la operación de control de daños. Miguel de la Madrid fue llevado a desmentirse, a argumentar con lucidez que su condición de salud le impide articular un discurso coherente. Deplorable papel del ex presidente.

    Sus acusaciones sobre la corrupción de los hermanos Salinas —graves, severas— son relevantes por el perfil del emisor —no es cualquier cosa que un ex presidente hable de otro—, pero también por ser el responsable de haber escogido como su sucesor a Carlos Salinas. Empero, a diferencia de las revelaciones precisas, exactas, de Carlos Ahumada en Derecho de réplica, éstas carecen de solidez y contundencia y están salpicadas de frases como: “me parece”, “es posible”, “no recuerdo exactamente”.

    Miguel de la Madrid no aporta un solo dato nuevo; todo lo que dice es, desde hace muchos años, vox populi: que Carlos Salinas abusó del poder; que detrás de cada privatización, concesión o privilegio hubo un beneficio para él o su familia; que Raúl Salinas cobraba una comisión por sus gestiones y tenía vínculos con narcotraficantes…

    Al igual que Luis Téllez, don Miguel acepta que Salinas se sirvió de la “partida secreta” y luego se retracta. Quedan sólo como indicios de aquellos excesos la fortuna inexplicable de la familia (las cuentas en Suiza son sólo una parte) y aquella conversación que difundió Joaquín López Dóriga la noche del 10 de octubre de 2000, en la que Raúl, todavía en prisión, le dice a su hermana Adriana: “Es una cobardía muy grande de Carlos no defenderme y atacarme públicamente, es una cobardía y una traición de hermano, porque él supo de todos los movimientos, de todos los fondos”.

    Hombre de pocas palabras, opaco, gris (cómo olvidar su manejo distante durante los sismos de 1985), De la Madrid fue el primer tecnócrata en asumir la Presidencia de la República. Sucedió a López Portillo y llegó al poder en un momento sumamente crítico: cuando apenas nos despertábamos de la borrachera petrolera. Como secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid entendió las reglas del sistema y jugó con ellas; astuto, supo convertirse en el candidato de los grandes intereses económicos y cultivó las flaquezas del gran decisor: le propuso que nombrara a su hijo, José Ramón, “el orgullo de su nepotismo”, subsecretario de Evaluación, al tiempo que consentía a la amante del presidente; así construyó las condiciones para ser el elegido. Pero una vez en la Presidencia, obligó a José Ramón al exilio académico y le cerró todo espacio público a Rosa Luz Alegría.

    En 1987, las viejas reglas de la sucesión empezaron a mostrar su agotamiento: la fractura en el PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo y las revelaciones sobre el papel del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (los verdaderos “dueños de México”) en ese proceso obligaron a De la Madrid a diseñar un montaje destinado a legitimar la selección de Salinas, eso fueron las comparecencias de los “seis distinguidos priístas”.

    ¿Por qué flaqueó Miguel de la Madrid? ¿Qué lo llevó a desdecirse? Quizá que se sabe vulnerable y la asimetría del poder: dos de los hombres más cercanos durante su mandato, Carlos Salinas y Emilio Gamboa, saben jugar rudo. Algo deben saberle quienes fueron su secretario de Programación y Presupuesto y su secretario particular. Por otra parte, el gobierno delamadridiano no estuvo exento de sospechas, sobre todo respecto de la presunta protección del secretario de la Defensa Nacional de su administración, Juan Arévalo Gardoqui, al narcotráfico.

    Pero para Carlos Salinas de Gortari, a pesar del arrepentimiento súbito, estas revelaciones vuelven a ubicarlo como “el villano favorito”. Cada vez que ha intentado su reivindicación, algo ocurre que lo regresa al pasado, pero qué importa, el viejo sueño que construyó, tal vez desde los años universitarios, el de un proyecto transmilenario, se cumplió y, aunque extraviado temporalmente después del annus horribilis de 1994, puede retomarse; eso sería la llegada a la Presidencia de la República de Enrique Peña Nieto.

    Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC



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