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Ricardo Raphael

Conciencia de Miguel de la Madrid

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    18 de mayo de 2009

    Pregunta un periodista a la presidenta del Partido Revolucionario Institucional, Beatriz Paredes Rangel, si ella metería las manos al fuego por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Ella responde: “Yo no meto las manos al fuego ni por migo (sic) misma”.

    El cuestionamiento resulta relevante y la respuesta lo es aún más. Carlos Salinas es todavía militante activo y destacado del PRI. Consta en varios testimonios que su participación fue crucial durante el proceso de elección a la dirigencia priísta de 2002, cuando Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo compitieron por el control de este partido, justamente contra Beatriz Paredes.

    Pruebas hay también de que fue mediador entre el gobierno de Vicente Fox y esa fuerza de la oposición. Y que su red de influencia aún sigue proyectándose sobre los tiempos actuales. De ahí que sea pertinente pedir cuentas a la líder más importante del Revolucionario Institucional sobre el papel que jugó y sigue jugando el ex mandatario dentro de su institución partidaria.

    Paredes respondió lavándose las manos por un hecho que evidentemente la trasciende. Pero el asunto no se quedó ahí. La aludida completó la frase advirtiendo que no está dispuesta, siquiera, a meter las manos al fuego en defensa propia.

    Esta no es una anécdota menor dentro del conjunto de hechos lastimosos que ocurrieran recientemente. Todo lo contrario, es síntesis —metáfora poderosísima— para comprenderlos. Si algo relaciona las declaraciones de esta líder política con las que Miguel de la Madrid le hiciera en entrevista a Carmen Aristegui, y también con la carta que el ex presidente enviara después para autodescalificarse, es precisamente el tema de la conciencia.

    ¿Cómo pretender que el individuo sea responsable ante sus semejantes, la ley, las instituciones o el Estado, si éste abdica a serlo, en primera instancia, frente a sí mismo? El conocimiento íntimo, la ciencia a propósito de las decisiones y los actos propios, es la pieza fundacional de nuestra humanidad.

    La conciencia individual es la que nos define en la última de las circunstancias; la materia moral que ha de colocarse por encima de cualquier otra a la hora de resguardar la dignidad propia. Tanto Beatriz Paredes como Miguel de la Madrid, cada uno enfrentado a su propio contexto y presiones, optaron por la más triste de las abdicaciones.

    El juicio que pesa sobre la personalidad pública de Miguel de la Madrid —poco más de 20 años después de que dejara la Presidencia de la República— está a punto de cerrarse. Hoy se le imputan equívocos, errores y, sobre todo, se le acusa de tibieza. Sin embargo, ninguno de los argumentos usados para hacer su crítica han contravenido la convicción que él tuvo y ha tenido de sí mismo como un hombre básicamente íntegro y honesto.

    (He de precisar al lector que la objetividad requerida para escribir lo anterior me es imposible. La cercanía personal que sostengo con Miguel de la Madrid —soy hijo de su hermana— me obliga a hacer explícita la subjetividad que puede producirse de esta afirmación: lo valoro y lo respeto, desde mi más lejana infancia, como un hombre que ha vivido en acuerdo con su ética y moralidad).

    Es desde esta perspectiva que no puedo ponderar la entrevista entre el ex presidente y la periodista como producto de una mente carente de discernimiento. Tampoco puedo descalificar, en complicidad con él, “la validez o exactitud” de sus reflexiones. Esa conversación es coincidente con su propio trayecto vital.

    En todo caso, habría de reclamársele por el retraso para comunicar públicamente sus sospechas y reflexiones. Y, sobre todo, por signar un documento donde se anula a sí mismo, renunciando en simultáneo a la más preciada de las libertades humanas. Se trató de una mala broma, dolorosa y profundamente injusta para consigo mismo.

    En algún lugar esa carta recuerda aquella paradoja que Epiménides dejara en el siglo VI antes de nuestra era: “Todos los griegos son mentirosos. Lo digo yo que soy griego”. O dicho en lenguaje del siglo XXI mexicano: “Mis respuestas carecen de validez y exactitud. Lo digo yo, que afirmo lo anterior”.

    Algo anda muy descompuesto en nuestra sociedad cuando la libertad de conciencia puede ser aniquilada asumiendo que hay otros valores más importantes a tutelar. ¿Cuánta habrá sido la presión sobre De la Madrid? Ahora que la voz se ha diluido a sí misma es probable que nunca lleguemos a saberlo.

    Analista político



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