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Ricardo Raphael

“Libroescándalo”

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    11 de mayo de 2009

    Derecho de réplica es un texto donde Carlos Ahumada Kurtz no logra mejorar —ni por un milímetro— la imagen que se tiene de su baja estatura moral. Usó la pluma para confirmar que fue un traficante de influencias de altísimos vuelos, un hombre sin contención en sus ambiciones y también un ingenuo por calcular que sus interlocutores eran aún más cándidos que él.

    De la nada se convirtió en un empresario mexicano muy rico. Un cortesano ágil y corrupto que ascendió tan vertiginosamente como se desplomó. La historia dura 14 años (1990-2004) y narra una vida pública que es francamente novelable.

    En estas páginas, Ahumada busca justificarse asegurando que los sobornos entregados a la autoridad del gobierno del Distrito Federal a cambio de obra pública son la regla y no la excepción. Ahí también relata cómo le ganó la partida a sus competidores al convertirse en el más diestro de los limpiabotas.

    Es aparatosa la diversificación de los actos de corrupción en los que estuvo involucrado. Su confeso repertorio es vastísimo: prestamos, viajes, financiamiento para campañas electorales, compara de bienes inmuebles a favor de sus amigos. Y para coronar su obra, el ejercicio de una seducción amorosa que, según afirma, terminó costándole demasiado.

    Escribe de su puño y letra: “A ellos les interesaba el poder político y a mí incrementar las ventas”. Con todo, pocos folios más adelante se define así: “Soy alguien muy idealista. Creo, en principio, en la honestidad y sinceridad de las personas”. Un corrupto, pues, con pretensiones de trascendencia ética.

    En un pasaje y otro, Ahumada Kurtz se queja de su propia ingenuidad. De todos, éste pareciera ser el error que más lamenta. Mientras tanto, al lector le va enfadando que el autor lo trate con el mismo calificativo.

    A pesar de lo anterior —de la credibilidad de la fuente y del cinismo con el que se presentan los argumentos— éste es un libro que debe ser leído por todos aquellos mexicanos que necesitamos entender mejor los modos y las formas, irremediablemente corrompidas, de nuestra actual clase política.

    El personaje central de Derecho de réplica es sin duda el menos relevante del libro. Un mero instrumento de otros cuyo papel en la sociedad mexicana está bien protegido dentro de las murallas de su poderosísima oligarquía. Ahumada aporta elementos para constatar que no existe diferencia entre los políticos del país; no importa que se trate de priístas, perredistas o panistas, todos se parecen entre sí.

    Son parte de una misma y extendida familia obsesionada con defender cada una de sus sobradas prerrogativas. Este escándalo político, como la gran mayoría de los anteriores, ocurre cuando una fracción de esa coalición decide arremeter contra la otra. Y no cesa hasta que los privilegiados recomponen, entre sí, sus desacuerdos.

    Mientras tanto, la sociedad, y sobre todo el aparato mexicano de justicia, juegan de meros espectadores. Políticos, periodistas, funcionarios, ministerios públicos, empresarios y tantos otros, asumen que el ejercicio de la ley en México tiene dueño. Y no hay un solo juez que quiera contradecir esta fundada creencia.

    Repite Ahumada machaconamente una frase que, según su dicho, le transmitiera un magistrado: “Cuando la política entra por la puerta, la justicia sale por la ventana”. En México los argumentos jurídicos más potentes son los contactos sociales que las partes puedan desplegar. Nada tiene más importancia, nada es tomado con mayor seriedad.

    Los dados estarán siempre cargados en función de las posiciones que —en la oligarquía— ocupen las partes en conflicto. O se es patrón o se es cliente. Y es absurdamente difícil dejar de ser uno para convertirse en lo otro. Derecho de réplica es la historia de un personaje que se equivocó por haber ignorado esta regla fundamental.

    Y sin embargo, Carlos Ahumada ha sido exonerado. René Bejarano también. Lo mismo que Carlos Imaz, Rosario Robles y Andrés Manuel López Obrador. Raúl Salinas está libre y los socios de su hermano Carlos no tienen nada que lamentar. Ya lo dijo el prócer Fernández de Cevallos: si lo volvieran a invitar a una conspiración parecida, no se la pensaría dos veces antes de participar otra vez.

    Analista político



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