Las guerrillas siempre
09 de mayo de 2009
La historia de México se escribe por la constante de las guerrillas. Desde tiempos del virreinato español invaden al territorio nacional las guerras de los narcotraficantes o los cárteles asaltantes.
Conocí a Genaro Vázquez Rojas (1934-1972) y a Lucio Cabañas (1936-1974). Cuando la Asociación Cívica Guerrerense logró en 1960 la desaparición de poderes en su estado conversé con Genaro, esperando los dos el turno para entrevistar al gobernador de Guerrero. Me viene a la memoria su decir pausado:
—México —me dijo— es una inmensa geografía de pueblos, de razas y costumbres. El estado de Guerrero en especial es un reflejo mayor de esa mezcolanza que no hace una nación. Ricos privilegiados en lujosas residencias dejan en la miseria a un montón de jodidos que trabajan como esclavos mal pagados y mal comidos. En las montañas y cerrereras de Guerrero la diferencia se remarca por mestizajes y por la costumbre de caciquismos violentos. Se invaden las tierras, se tumban los bosques, se roban tierras y ganados, se apoderan de las alcaldías.
Años más tarde Cabañas secuestró al gobernador electo Rubén Figueroa, con quien yo con frecuencia comía en el restaurante del Hotel Del Paseo. Eran los tiempos de la guerra sucia de Echeverría.
Cuando le dije a Genaro que yo era por entonces miembro del Partido Acción Nacional, me contestó con aire triunfante:
—¿Ya lo ve? Es la división de las clases. Perdone si le molesto, pero sucede en la naturaleza con la separación de las especies. Fuimos conquistados por los españoles y, desde entonces, a los de abajo nos toca una lucha dura, interminable, corriendo riesgos y soportando las persecuciones. Por eso defiendo a mis pueblos desde la escuela y la organización de las bases populares. En su Acción Nacional se agrupan los rotos o polveados, los ricos asociados con los políticos en sus mañas y movidas.
Le hablé entonces de don Filigonio Mora, un abogado, líder del PAN en Guerrero, que entregaba su vida a defender a los desposeídos, a sacarlos de las cárceles y a pelear en los tribunales por la devolución de las tierras a los pueblos y a los ejidos.
Hablamos largamente de la lucha por el poder político, y coincidimos en que él y su gente, igual que los auténticos miembros del voluntariado del Partido Acción Nacional, creíamos que lo importante no era únicamente hacerse del poder, sino alcanzarlo para que con él se sirviera a las personas, a los pueblos y a la economía, en un esfuerzo permanente de ir suprimiendo la desigualdad.
Finalmente, a la puerta de mi turno para entrar a la audiencia me dijo entre sonriente y triste:
—Fíjate cómo la burguesía nos quiere manipular: hasta en esa canción del llanto de un ricachón, de un patrón al que le quitaron el rancho para convertirlo en ejido: “Cuatro milpas tan sólo han quedado, del ranchito que era mío, ¡ay, ay, ay y ay!”. Ya que aparecerán los rotos o polveados que le quitarán el ejido, para que con esas tierras sean más poderosos los ricos.
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Escritor



