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Ricardo Raphael

¿… y si sobrerreaccionamos?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    04 de mayo de 2009

    Hoy, mañana o dentro de unos días más, esta pregunta va a tomar fuerza en la opinión pública. Dos razones la justifican: después de realizar las pruebas de laboratorio necesarias, la comunidad científica internacional concluye que el virus de influenza humana tipo A no es tan letal como se temió en un principio. Así lo reportaron ayer los funcionarios estadounidenses del más alto nivel.

    Por otra parte, las cifras de personas infectadas y, sobre todo, el número de fallecidos a causa del virus son inferiores a los originalmente anunciados. El día 26 de abril el gobierno mexicano reportó oficialmente mil 614 casos de neumonía atípica y 103 muertes, todos posiblemente vinculados con la mutación de esta variante del virus de la influenza.

    Sin embargo, ocho días después —tras concluir con las investigaciones médicas de rigor— los datos variaron. En México únicamente ha habido 473 casos de personas que padecen o han padecido esta enfermedad y sólo 19 personas han muerto por su causa. (Otros 11 casos de fallecimiento podrían relacionarse con la epidemia, pero aún no se cuenta con prueba médica suficiente para afirmarlo).

    Este fin de semana, en Estados Unidos una sola pregunta ha ocupado todos los debates: ¿por qué es tanta la diferencia de muertos en México con respecto al resto del mundo? Cabe suponer que las condiciones particulares de la ciudad capital —su altura y su densidad de población— hayan provocado que la epidemia fuese peor.

    Cuando se despeje esta incógnita sabremos si reaccionamos bien o sobrerreaccionamos. En México y en el mundo. Es decir, si tomamos medidas exageradas o se hizo lo que era estrictamente necesario, según el dispositivo internacional que estaba previsto para estos casos.

    Bajo la premisa de que el gobierno mexicano —como cualquier otro que se encontrara en su situación— debía actuar enérgicamente ante un brote epidémico similar, José Ángel Córdova Villalobos, secretario de Salud, decretó la emergencia el día 23 de abril.

    Un escalamiento de medidas sanitarias nunca antes visto en nuestro país sucedió después: clausura de espacios públicos cerrados, repartición masiva de cubrebocas por parte del Ejército mexicano, habilitación de instalaciones médicas para atender a miles de enfermos, suspensión de las actividades educativas, disminución al mínimo de la actividad en las oficinas públicas gubernamentales.

    Luego vino el cierre de restaurantes, cines, teatros y otras actividades de reunión humana, tales como los partidos de futbol. Fatalmente la vida económica terminó por reducirse. Según el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, las pérdidas previsibles causadas por esta circunstancia serán alrededor de 50 mil millones de pesos.

    Tal y como ya lo reportaba EL UNIVERSAL el viernes pasado, los establecimientos mercantiles que con mucha dificultad logran sobrevivir el día a día, y que son la mayor parte, no van a poder cubrir los salarios de sus trabajadores temporalmente desempleados. Otros tantos mexicanos que se ocupan como eventuales y que trabajan por cuenta propia (obreros de la construcción, vendedores, mensajeros) tardarán varias semanas antes de recuperar el flujo previo de sus ingresos.

    El turismo será un sector que también sufrirá y mucho. Esta epidemia, supuestamente originada en México, ha sido cubierta por casi la totalidad de la televisión y demás medios internacionales. Imágenes de nuestras calles vacías y de nuestra población oculta tras los tapabocas, han ocupado intensivamente la atención del planeta. Este hecho ayudará muy poco para que los turistas venidos de otros lados visiten de nuevo nuestras tierras.

    Córdova Villalobos aseguró recientemente que era absurdo asumir que en México hemos sobreactuado “por protagonismo o show”, ya que el gobierno ha validado cada tramo de su actuación con los criterios y normas fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

    Y, en efecto, dados los datos epidemiológicos que originaron la alarma —los cuales fueron proporcionados por el gobierno mexicano y también por los de Estados Unidos y Canadá— hubo en su momento los elementos previstos por el protocolo de la OMS para imponer las medidas extremas que se tomaron en nuestro país.

    Con todo, a diferencia de otras latitudes, aquí hemos padecido significativamente más. Más muertes, más paranoia y un mayor daño económico. Ahora que los vecinos confirman que el asunto no es tan grave para ellos, quizá sea tiempo de complementar el impresionante dispositivo de la OMS con recursos, solidaridad y ayuda internacionales para que el descalabro económico en México sea menos profundo.

    Analista político



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