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Ricardo Raphael

Yo no uso tapabocas

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    27 de abril de 2009

    Tres epidemias azotan mi país por estos días: la influenza porcina, la paranoia colectiva y el ocio justificado. Todas comparten coincidencias: no hay vacuna para prevenirlas, son curables y no alcanzan las medicinas, ni la infraestructura pública, para atender a quienes las padecen.

    De las dos primeras se ha dicho y escrito en abundancia durante las últimas horas. Por eso he decidido concentrarme aquí en la tercera.

    Dicen que es en los momentos de ocio cuando a los seres humanos mejor nos ocurre la lucidez y la inteligencia. Sin embargo, esta más reciente epidemia también podría ser utilizada para demostrar lo contrario.

    Víctima (por ahora) de la tercera circunstancia, he dedicado mi tiempo a combatir el ocio solazándome con el humor —el voluntario y el involuntario— de mis compatriotas internautas.

    Aguardo así, sin poder asistir a una sala de cine, al teatro o siquiera a un vulgar merendero, mientras un fatal estornudo o un extraño dolor de articulaciones me toman por sorpresa.

    Sólo en calidad de mirón he pasado las últimas horas frente a la pantalla de mi computadora. Comparto ahora con otros contagiados ya por el mismo mal, una pobre síntesis de los tópicos que me visitaron durante el pasado fin de semana.

    Comienzo por el tema del tapabocas. Uno que, según descubro, se ha revelado muy potente para discriminar entre mexicanos. Según se afirma en la red, ese pequeño rectángulo de tela ayuda a distinguir a los paranoicos de quienes no lo son. Afirman los más doctos en estadística que sólo tres de cada 10 han decidido cubrir su rostro con este saludable dispositivo.

    Los otros siete se defienden con el argumento muy bien resumido en internet por un individuo que se hace llamar El Papaloapan: “Yo ando sin tapabocas. Si me pega ya tomaré medicamentos”. A este señor evidentemente le trae sin cuidado la cantidad de fármacos que tendrían que tomar muchos de sus congéneres si, en efecto, aquel virus mutado en un cerdo desgraciado le entrara por el cuerpo.

    Otro debate explosivo que se esparce de un ordenador a otro es el que quiere explicar esta tragedia desde la siempre adictiva teoría de la conspiración. “Suena a bioterrorismo”, afirma una internauta cuyo alias en la pantalla es Bicho. Según su razón, nos encontramos ante el producto de una manipulación genética diseñada deliberadamente en un laboratorio especializado, al servicio de la perversidad humana.

    Varios seguidores de la teoría de la conspiración aseguran que fue el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa —desde su infinito cálculo político— el que nos infectó con esta bacteria para distraernos mientras pasan las elecciones, se resuelve la crisis económica o los militares atrapan a El Chapo Guzmán.

    Los catastrofistas concurren también a los salones virtuales de la posmodernidad. Son los convencidos de que la influenza porcina es un castigo de la madre naturaleza por nuestra necia irresponsabilidad hacia el planeta. O peor aún: una plaga de origen metafísico por nuestra desordenada y caótica vida moral. Los primeros exigen mayor conciencia para con el medio ambiente. Los segundos urgen a poner la situación en manos de Dios.

    Otro grupo de ciberopinadores está firmemente convencido de que toda la culpa de la tragedia la tienen los medios de comunicación. Esas odiosas maquinarias que sólo saben hacer dinero alienando a los pobres mortales. No hay peligro en la influenza, sino en informar de sus consecuencias. Mejor la ignorancia que asesinar las neuronas de la audiencia.

    De todas las expresiones con las que me topé mientras administraba mi angustia personal, ocasionada por la influenza porcina, y también por la influencia histérica, cierro este texto con tres de mis frases favoritas:

    Toñitito: “La influenza porcina se produjo por andar tan expuestos los mexicanos a los spots electorales del IFE”.

    Christos: “Si Andrés Manuel López Obrador fuera presidente de México, con seguridad él nos hubiera librado de esta epidemia”.

    El Juan: “Si el gobierno no te cura de influenza porcina, que te la pague”.

    Se agradece el humor que, en las circunstancias más desagradables e incluso trágicas, nos recuerda de qué va realmente aquello de la naturaleza humana.

    Analista político



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