El fin del mundo según Cormac McCarthy
25 de abril de 2009
Se ven desechas las ciudades, rotos los vidrios de casas y edificios, de par en par las puertas de almacenes saqueados, autos cubiertos de polvo. Ya ha sido disuelto en la violencia cualquier signo de claridad. Es la novela En la carretera, del estadounidense Cormac McCarthy (Mondadori, 2007). Una narración sobre el fin de los tiempos.
Hay un silencio universal después de la hecatombe; los personajes que dan el hilo conductor, un padre y su hijo, viajan hacia el sur de EU. Escapan del frío, de las bandas de antropófagos. En un carrito de supermercado transportan rancias latas de alubias, de duraznos. Castigados por la sed, se beberán el refresco más viejo del mundo.
El paisaje es de montañas comidas por el fuego y parece que arderán sin detenerse. Conseguidos sus propósitos, la humanidad se ha terminado. Juntos, sólo quedan ellos dos. A partir de sortear el peligro van a rescatar sentimientos que se pensaban extraviados: confianza y reciprocidad. Su viaje será una conexión con lo terrestre, una lucha contra el azar y la construcción de un destino. Abandonados por Dios, padre e hijo retomarán su condición histórica: enseñar y aprender para no incurrir en el mismo galimatías.
Su trayecto desemboca en una filiación enraizada en cuidarse el uno al otro, en salvarse de los restos de una sociedad constituida por crímenes. Sus almas visitan los recuerdos de una antigua, efímera satisfacción sujetada por la retórica del consumo y el falso pacifismo del orden burgués.
Pernoctan en los bosques, persiguen refugio en los lugares donde la naturaleza es más recóndita, se topan con cazadores furtivos, hurgan en botes de basura, entran en mansiones abandonadas y escarban en el frigorífico. Experimentan el tobogán, descienden eras geológicas hacia una existencia en la que animales y hombre tienen el mismo estatus. En su periplo hallarán la soledad poblando el mundo y cadáveres en los rincones menos esperados.
Autor de destacadas novelas como No es país para viejos (Mondadori 2006), llevada al cine por los hermanos Cohen, y en la que Javier Bardem desata los más helados resortes del culto a la muerte, McCarthy es un escritor despojado de ilusiones por la humanidad. Describe hombres huérfanos de la ansiedad de justicia, y cuyo leit motiv es el ajuste de cuentas por medio de los más sofisticados retruécanos tecnológicos.
En la carretera es una metáfora: así como los dos personajes se topan con camiones desvencijados, casas abandonadas, calles sin una alma, los ciudadanos de hoy caminan en silencio, perdieron la palabra y discurren en suburbios vacíos donde las personas se esquivan o se meten en su automóvil como en un búnker. Evoca a On the road, de Kerouac. Pero es su contraparte: está escrita en un mundo sin remedio, donde se han dejado de cultivar las solidaridades y se pelea por víveres, por aire.
En la carretera no se entrega en la primera mano, exige reconocer que ya se coexiste en el abismo donde la violencia dicta y establece la normatividad. Es un fresco sobre la cancelación del humanismo y alude al régimen de violencia bajo el que Occidente ha decidido colocarse; señala que la destrucción de la civilización es igual al escandaloso menosprecio a la autenticidad de los lazos sensibles, de proximidad y reconocimiento, fuera del productivismo de comernos los unos a los otros.
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Poeta