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José Luis Calva

Blindaje endógeno

Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. Especialista en economía agrícola y desarrollo rural, fue distinguido c ...

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    16 de abril de 2009

    Hay una buena noticia: no obstante que el valor de nuestras exportaciones petroleras cayó 55.3% en el primer bimestre de 2009 respecto a igual periodo de 2008, el déficit comercial agregado de México se redujo 28%, con la particularidad de que el déficit manufacturero descendió 38.4%. Ergo, se está realizando un ajuste en la balanza comercial que puede desembocar en una situación de equilibrio o superávit externo en la cuenta corriente. Su causa radica en la devaluación del peso mexicano, cuya paridad pasó de 10.65 pesos por dólar en septiembre de 2008 (y 10.84 en enero-febrero de 2008) hasta 13.89 en enero de 2009 y 14.62 en febrero, lo que significó un encarecimiento de nuestras importaciones (valoradas en pesos) y un abaratamiento de nuestras exportaciones (valoradas en dólares).

    Cabe recordar que aunque la depreciación real del tipo de cambio aumenta la competitividad internacional de los productos nacionales, sus efectos completos sobre la balanza comercial tardan de siete a 10 meses en transmitirse, de acuerdo con el profesor Paul Krugman. Por eso, para no prolongar este periodo es conveniente reducir la volatilidad del tipo de cambio. Esta es la razón por la cual hemos recomendado que los mecanismos de intervención en el mercado cambiario que ahora se utilizan unilateralmente contra la depreciación brusca del peso sean aplicados también contra procesos de apreciación brusca (ver entrega del 2/IV/09), reduciendo así la volatilidad y desalentando las acciones especulativas tanto al alza como a la baja.

    Por el contrario, sería un error incurrir en un nuevo y peligroso ciclo de endeudamiento público externo —utilizando las líneas de crédito del FMI y la Fed— para inyectar dólares al mercado cambiario mexicano, induciendo así un nuevo proceso de revaluación del peso.

    Hay que superar los exagerados temores sobre el impacto inflacionario de la devaluación. Entre febrero de 2002 y mayo de 2004, el peso acumuló una depreciación real de 17.6% frente al dólar sin provocar inflación. Por el contrario, la inflación fue de 4.7% anual durante ese lapso, casi igual a la observada en 2001, de 4.4% anual; en cambio, la parcialmente restaurada competitividad cambiaria contribuyó al crecimiento económico observado en 2004 (4.2% anual contra 1.1% anual en 2002-2003).

    En la experiencia reciente, la depreciación real (id est, descontando el diferencial de tasas de inflación entre México y EU) alcanzó 22.6% entre septiembre de 2008 y marzo de 2009; sin embargo, la inflación apenas pasó de una tasa anual de 5.47% en septiembre de 2008 a una tasa de 6.04% anual en marzo de 2009. Pero a contralínea con estas exitosas experiencias de deslizamiento del tipo de cambio sin conmociones inflacionarias, México parece estar condenado al tormento de Sísifo, y ahora está volviendo a subir la piedra de la sobrevaluación.

    ¡Aguas: la piedra se nos puede venir encima! Todas las crisis de balanza de pagos que ha padecido México han estado precedidas por procesos de sobrevaluación del peso, que generan desequilibrios en la cuenta corriente. Los requerimientos de divisas pueden cubrirse con endeudamiento público externo, pero eso no corrige la causa del desequilibrio ni evita el colapso.

    Hay que remarcarlo: el problema primordial de México hoy no es la inflación, sino defender nuestra planta productiva y nuestros empleos. Los tiempos de recesión son los peores para tener una moneda nacional sobrevaluada; pero también son los mejores tiempos para absorber ordenadamente los efectos de un ajuste cambiario, porque la caída de la demanda interna actúa contra las alzas de precios.

    Por eso hay que culminar —en vez de revertir— el proceso de ajuste del tipo de cambio hacia su nivel de equilibrio de largo plazo, reduciendo la volatilidad mediante intervenciones simétricas —y no unilaterales— en el mercado cambiario, a fin de modular el ajuste, reforzar la competitividad-precio de nuestros productos y desembocar en una situación de balanza de cuenta corriente equilibrada o superavitaria.

    Este sería el mejor blindaje endógeno contra una crisis de balanza de pagos —más eficaz y más sostenible que el “blindaje” exógeno conseguido mediante un nuevo y peligroso ciclo de endeudamiento público externo—; y, además, se convertiría —después de superada la recesión mundial— en una poderosa palanca para impulsar el crecimiento más acelerado y sostenido del producto nacional y del empleo.

    Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM



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