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Editorial EL UNIVERSAL

Petróleo para nuestros nietos

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    17 de febrero de 2009

    México no se quedará sin petróleo. Un grupo de empresas ha certificado el volumen de reservas en Chicontepec por 139 mil millones de barriles de crudo, 3.8 veces más que el mayor yacimiento en la historia nacional, Cantarell, que hoy está en pleno declive. Pero si usted ya estaba celebrando, estimado lector, será mejor que guarde la champaña otros 30 años porque no podremos sacar 88% de esos hidrocarburos en ese tiempo. Falta de tecnología, dicen los expertos. Incapacidad de nuestros políticos para planear el futuro, añadimos nosotros.

    De cualquier forma, la importancia del hallazgo no es menor. En términos únicamente de volumen Chicontepec es equivalente a la mitad de las reservas probadas de Arabia Saudita, a 78% de las reservas de Canadá e iguales a las de Irán, países con el mayor volumen de reservas del mundo.

    ¿Y eso qué importa si sólo podrán extraerse 18 mil millones de barriles en los próximos 30 años? Mucho, pues “saber” que los restantes 118 mil millones están en nuestro subsuelo implica gozar de cierta certeza económica. Es como poseer una caja fuerte llena de lingotes de oro; podemos pedir créditos y dar confianza a nuestros socios comerciales sobre nuestra viabilidad financiera porque tenemos ese oro aunque no seamos capaces de abrir, por ahora, el candado para obtenerlo.

    Por sí misma la noticia es buena. Lo que debemos tener claro, sin embargo, es que no podrá permitirnos una bonanza como a finales de los años 70 con el descubrimiento de Cantarell, ése por el cual José López Portillo acuñó la tristemente célebre frase de la “administración de la abundancia”.

    El terreno montañoso sobre Chicontepec, la naturaleza poco “refinada” del crudo y el que no sea éste un gran manto sino un conjunto de pequeñas cavernas separadas entre sí a una distancia de hasta un kilómetro hacen que esta vez la abundancia sea difícil de obtener incluso para empresas transnacionales. ¿Qué vamos a hacer? Existen dos ejemplos internacionales que podríamos tomar.

    El primero es Brasil, cuya empresa estatal, Petrobras (que comparte ganancias con empresas privadas), ha enfocado su estrategia del último lustro en desarrollar tecnología a través de la inversión de casi mil millones de dólares —1% del total de sus ventas brutas— en el Centro de Investigación y Desarrollo (Cenpes) de aquella nación. En contraste, Pemex asigna al Instituto Mexicano del Petróleo (IMP), el brazo tecnológico nacional en materia petrolera, una inversión de apenas 0.03% de sus ganancias. El Cenpes de Brasil desarrolló 48 nuevas patentes y otras 179 en el extranjero, además de emprender 500 nuevos proyectos de investigación y desarrollo en exploración, explotación, refinación, petroquímica y energías renovables. Del IMP, en cambio, se conocen parcos avances en la materia.

    También podemos simplemente encargar a empresas extranjeras la explotación de los mantos y compartir las ganancias. Eso hacen Cuba y Venezuela. De hecho, Fidel Castro ya encargó la extracción de los yacimientos compartidos con México en el llamado “Hoyo de dona”.

    Presumen los políticos mexicanos su solución legislativa sui géneris que llaman “reforma” energética, pero que no brinda una rápida adquisición de tecnología por medio de asociación con empresas que sí la tienen. Para la generación actual de mexicanos ya no importa, pero si queremos que nuestros nietos sí se beneficien, habrá que hacer algo más que envolverse en la bandera nacional. Esperemos que para el año 2040 todavía sirva de algo tener petróleo en el suelo.



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