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Ricardo Raphael

La crisis y sus animosidades

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    16 de febrero de 2009

    Cuando el espectáculo de la vida pública se vuelve angustioso, el miserable suele escupir sus ferocidades más despreciables. Ya lo argumentó Víctor Hugo: toda crisis potencia la mezquindad propia, autoriza para ser uno mismo en su versión más ruin, saca al canalla antes agazapado, otorga permiso para patear, rasguñar, morder y dañar.

    La crisis de lo público otorga permiso para que los seres humanos nos estrellemos los unos contra los otros. Autoriza para realizar los ajustes de cuenta postergados. Desmantela los dispositivos de las relaciones civilizadas y descompone el estado general de ánimo que, de golpe, se ve sometido a las pulsiones del miedo y la ansiedad.

    México está en crisis, no todavía porque los más graves vaticinios económicos se hayan cumplido ya, sino por las actitudes que, sin recato, se han apoderado del espacio común. Si alguna prueba necesitábamos para constatar esta circunstancia baste observar la libre circulación de las ferocidades que en estos días ocurren.

    Declara Carlos Slim Helú, el hombre más rico de México, que no quiere ser catastrofista, pero con el uso de su voz termina poniendo a temblar hasta al más confiado. Asegura el gobierno de la República que mejor preparados no podíamos estar para enfrentar la crisis económica global, pero su sobreactuación ante las afirmaciones de este empresario terminaron por desnudar el estado de fuerte nerviosismo de los colaboradores del Presidente.

    En paralelo, en pleno arranque del proceso electoral, los medios y el Estado revientan el uno contra el otro. Los dueños de la pantalla chica jugaron, por lo bajo, con el sólo objeto de subrayar la monumental naturaleza de su poder. En respuesta, las autoridades federales electorales —después de expresar una que otra muestra de desagrado— dieron punto final al conflicto, confirmando el lugar de subordinación que guardan frente a la influencia de la pantalla chica.

    En el contexto de esta misma fricción entre el Estado y los medios de comunicación, se hace pública la imprudencia —personal y sobretodo política— del secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Tellez Kuenzler. El funcionario deja grabada en un celular ajeno su opinión sobre el uso patrimonialista que, en su tiempo, Carlos Salinas de Gortari hiciera de la partida secreta presidencial.

    Luego, atrapado en su propia frivolidad, se atreve a negar una obvia relación sentimental. La despechada mujer no se espera a escuchar tres veces la negación y elije exhibirlo como mentiroso. Justo a él, al vocero del presidente que hace muy poco estuvo a cargo de confirmar la versión del accidente aeronáutico ocurrido al ex secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. Queda flotando la duda: si Téllez pudo mentir a propósito de este último expediente, nada asegura que no lo hiciera también con el asunto previo.

    Sirvan estos pocos ejemplos para hacer el retrato miserable de nuestros días. En efecto, se derrama por encima del perol la mezquindad, la prepotencia, el encono y el encabritamiento. El juego de cada subjetividad es simple: si al país le va mal, la responsabilidad habrá de ser adjudicada al de enfrente.

    La culpa, pues, ha de ser endilgada al gobierno, declara el empresario. Falso, responden las autoridades: el responsable es el recién descubierto capitán de monopolios. Desde su posición, los medios aseguran que la tragedia nos ocurre por culpa de la mediocre (y también mentirosa) clase política. De su lado, los políticos afilan los dientes en la espera de asestarle el siguiente golpe a las grandes televisoras.

    En conclusión, hoy es tarea casi imposible amarrar, siquiera, dos cuerdas del muy tenso tejido social. No hay manera de pasar de las subjetividades a la objetividad. Tampoco de arrimar confianza al diálogo y el acuerdo. México está en crisis, ni dudarlo.

    Analista político



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