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Editorial EL UNIVERSAL

El mundo que espera a Obama

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    21 de enero de 2009

    “Generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder por sí mismo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Sabían que nuestro poder crece a través de su uso prudente, que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo”, dijo ayer el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Es lo que el mundo espera.

    Hereda el mandatario 44 de la (todavía) nación más poderosa un contexto internacional que requiere, como nunca después de la guerra fría, vocación multilateral. En ocho años de presidencia, George W. Bush dilapidó a fuerza de acciones unilaterales un discurso de entendimiento que nadie creyó a partir de la invasión de Irak en 2003.

    Creyeron los llamados “neoconservadores”, que ocuparon hasta ayer la Casa Blanca, que el mundo estaba en condiciones de aceptar sin consenso alguno y con resignación los designios de la gran potencia. En consecuencia, el mundo perdió respeto por Estados Unidos; el país se quedó en una situación de agotamiento económico y de credibilidad que limitó —a niveles insospechados hace unos años— la capacidad de influencia estadounidense en conflictos internacionales. Lo dijo también Obama el día de ayer: “Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable”.

    Los aliados de Estados Unidos, sobre todo la Unión Europea, se distanciaron. Ahora, la administración renovada puede restablecer esos lazos con el resto de los países desarrollados. Integrados en el G8 podrán enfrentar retos que sin el liderazgo estadounidense serían irresolubles. El cambio climático, la inestabilidad en Medio Oriente y el terrorismo son los casos citados en el discurso del nuevo presidente.

    Para integrar al resto del mundo en los mismos objetivos Obama ofrece rechazar “la falsa elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales”. El “estás conmigo o contra mí” con el que Bush dejó sin opción a las naciones que buscaban el diálogo. Esa “cooperación y entendimiento” con “viejos amigos y antiguos contrincantes” sólo puede darse a través de la institución que durante 60 años EU se esforzó por consolidar y la única que se tiene en este momento para procesar los contrapesos entre países: la Organización de las Naciones Unidas.

    Desde luego, no bastará con eso. Según Obama, Estados Unidos tendrá que recuperar la bandera de la ley y los derechos humanos perdida después de la guerra contra el terrorismo, cuyos más famosos ejemplos fueron la prisión de Guantánamo y los abusos filmados en Abu Ghraib, Irak.

    No queda claro aún qué se espera en la relación con China, nación que podría desplazar en menos de 20 años a Estados Unidos como principal motor económico. En principio, un buen entendimiento con la potencia emergente supone una contradicción con la anunciada promoción de los derechos humanos.

    Sobre los socios estratégicos, entre los cuales se encuentran países como Gran Bretaña, Turquía y México, el nuevo mandatario habla de ensanchar los planteamientos de claridad. Quizá como ninguna otra relación bilateral, México conlleva intereses encontrados con las fuerzas internas de EU: migración, Tratado de Libre Comercio y seguridad serán particularmente difíciles de conciliar.

    El discurso de Barack Obama ofrece razones para festejar, en general. En lo particular, sólo el tiempo dirá qué tan grande fue el cambio prometido.



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