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Editorial EL UNIVERSAL

El símbolo de una era

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    20 de enero de 2009

    Barack Hussein Obama asume la Presidencia de Estados Unidos. El hecho importa, más que por el suceso en sí mismo, por su trascendencia: perfila un cambio de época. Las razones para dudar del éxito de este afroestadounidense iban más allá de lo electoral; se justificaban en las barreras étnicas, el resquemor hacia la diferencia, la falta de confianza hacia los excluidos, el escepticismo hacia los jóvenes electores, la incapacidad de la clase política estadounidense para usar un lenguaje distinto. En suma, prejuicios de la sociedad occidental que hoy reciben un golpe de muerte, para regocijo del progreso humano.

    La mayor parte de nuestras vidas transcurre en la rutina, sin excepción de religión, nacionalidad, raza o género. Condicionados por nuestra biología, hemos seguido patrones de comportamiento inalterables en nuestro transcurrir cotidiano. Con todo, a diferencia del resto de los seres vivos, la humanidad es capaz de cambiar su percepción del mundo y, sobre todo, de la conducta propia —sin la necesidad de mutaciones genéticas— gracias a la fuerza persuasiva de las ideas.

    Desde Aristóteles hasta los estudios comparados de neurología, ha sido defendido que nuestra principal virtud es la razón y su expresión más potente es la conciencia propia; ella nos brinda la capacidad de ir a contracorriente de las inercias.

    Por supuesto, nunca es fácil ni inmediato. El pensamiento obsoleto siempre tendrá representantes enquistados en las estructuras políticas, económicas y sociales, y buscará derrotar a las nuevas fuerzas en pugna.

    Apenas en un porcentaje mínimo de los actos se construyen cambios perdurables. La explicación es que las innovaciones deben esperar el agotamiento de los modelos de realidad anteriores.

    El derrumbamiento de viejas estructuras, como sucedió en la Revolución Francesa o con la caída del Muro de Berlín, es ejemplo de que el cambio social sin concesiones también ocurre. Las transformaciones permiten el desarrollo vía el rompimiento de viejos paradigmas y el establecimiento de nuevos que se consolidan y dan paso a una nueva generación de personas que traen consigo su propia conciencia y visión del mundo.

    Hasta hace unos años era impensable el éxito de un político afroestadounidense ajeno al establishment, de escasa experiencia en la política palaciega, respaldado por los jóvenes y aspirante al voto blanco estadounidense.

    El suceso Obama trasciende por mucho al personaje, incluso al país en el que se circunscribe, pues lo antes impensable, vuelto realidad, es un síntoma del proceso mismo desde el cual ocurre la transformación de lo humano.

    La llegada de Obama a la Presidencia estadounidense no puede reducirse a una lectura económica o al hartazgo por George W. Bush; en todo caso, éstos son sólo factores que se suman a un cambio de era con raíces sociales y culturales. La energía depositada en este suceso moviliza en Estados Unidos, aquí y en todas partes. Quien no lo sepa, que se quede cargando a cuestas con su pesado siglo XX. Quien pueda atreverse a ver el futuro, asegúrese de tomar conciencia sobre la llegada ruidosa del siglo XXI. No habrá obstáculo que alcance para frenar el cambio cultural que representa este nuevo movimiento societal que hoy da comienzo.

    La etapa a la que asistimos se gestó desde hace años en el ciberespacio, en las escuelas, en los hogares, en las conversaciones en el café. Barack Obama es, a la vez, su detonador y su primer desenlace.



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