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Mauricio Merino

Honestamente no es así

Mauricio Merino es doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. Ha escrito y coordinado varios libros y ensayos sobre ...

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    14 de enero de 2009

    Es verdad que en México no se está masacrando a la población civil, pero es falso que en las calles se viva un ambiente de paz y tranquilidad.

    Ambas afirmaciones las hizo el presidente Calderón al instruir al cuerpo diplomático a divulgar una buena imagen del país en el extranjero. Les ordenó decir que México no tiene un Estado fallido y que estamos lejos del caos. “Honestamente no es así”, añadió el Presidente. Y ordenó divulgar que estamos viviendo un proceso de recomposición institucional, en medio de una guerra contra y entre bandas de delincuentes. Pero nada más: el resto de la vida nacional está en paz.

    Sabemos que el gobierno de Calderón le ha otorgado una alta prioridad a su imagen. Si para algunos gobernar es seleccionar y solucionar (o gestionar con éxito) los problemas públicos, para el gobierno de la República parece que lo fundamental es más bien persuadir: convencer a propios y extraños de la buena marcha de las políticas emprendidas desde Los Pinos.

    Y en esa lógica, gobernar equivaldría a decidir y comunicar: a decir una y otra vez que las cosas están bien y que los problemas más apremiantes de México son, acaso, el costo temporal que debe pagarse por haber tomado las decisiones correctas. El costo de la limpieza y el cambio, y no la causa del deterioro y el desgobierno.

    No soy el primero en observar que el entorno hermético de Los Pinos está medrando sobre la visión cotidiana del Presidente. Esto ya les había sucedido a varios de sus antecesores: la distancia que los separaba de entrada del ciudadano común y corriente se fue ensanchando conforme avanzaba el sexenio hasta acabar, en algunos casos, en el paroxismo.

    Una visión construida a modo de sus deseos, que terminó por desmentirse con la dureza implacable de la realidad: Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Carlos Salinas y Vicente Fox han sido los casos recientes más elocuentes.

    No estoy diciendo que el Presidente mienta de manera deliberada. Por el contrario, lo grave es que parece convencido de su propia verdad.

    Da la impresión de estar seguro, de veras, de que la gente puede caminar por las calles de México sin temores de ninguna índole, y de que los mexicanos vivimos en paz y tranquilidad. Parece persuadido de que las preocupaciones sobre la inseguridad física (y económica) del país han exagerado sus enemigos con el propósito de causar daño. De modo que hay que contrarrestarlos.

    Pero si la vida en las calles de México le parece apacible, con mayor razón debe parecerle la capacidad de su gobierno para sacar adelante las decisiones que ha puesto en marcha: todo es cuestión de tiempo.

    Cree con sinceridad (o eso parece) que las policías serán purgadas con éxito, que su administración ejercerá el gasto anticíclico con eficacia y honestidad y que la crisis económica será temporal. Da la impresión de que confía de verdad en que todo eso sucederá. Pero resulta que afuera y abajo, en las calles y entre la burocracia de carne y hueso, las cosas son mucho más difíciles.

    Comprendo que no puede pedirse que el Presidente se vuelva en contra de sí mismo. Entiendo de sobra que debe defender la eficacia de su gobierno y de sus políticas. Lo que preocupa es que siga creyendo, como lo dice, que la vida del país está bien y que la sociedad debe ser paciente para celebrar el producto de sus decisiones.

    Eso, en definitiva, no es cierto: la gente está preocupada y la sociedad fracturada, las calles nos amenazan todos los días, las burocracias no están funcionando y el futuro es incierto. Honestamente es así.

    Profesor investigador del CIDE



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