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Ricardo Raphael

El dilema de Ebrard

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    17 de noviembre de 2008

    Si pudiera recuperar el tiempo que mi ciudad me ha robado durante las últimas semanas, acumularía una inmensa pila de horas para volver a vivir. Transportarse en estos días se ha vuelto insufrible porque la capital del país está hecha un batidillo.

    No hay avenida importante que se haya librado de los inmensos trascabos, aplanadoras y martillos. Comprendo, con la razón, que éste es el mejor momento del año para celebrar tanta cirugía urbana.

    La breve ausencia de lluvias obliga a operar en simultáneo sobre arterias vitales como el Circuito Interior, Insurgentes, Xola, Constituyentes, Revolución o Barranca del Muerto.

    Pero la parte de mí que piensa con el estómago, la presión sanguínea y el cansancio, ya no tolera más. Quisiera quedarme encerrado en casa de aquí a que vuelvan las lluvias.

    Marcelo Ebrard Casaubón gobierna por estos días una ciudadanía que trae los nervios alterados. Agreden las largas horas de espera dentro de los automóviles y también el apretujamiento creciente en el Metro y los autobuses públicos. Dañan igualmente el ánimo los insoportables claxonazos y la polvareda que se esparce por todas partes.

    Quiero suponer que estas molestias terminarán un día. Quizá hacia finales de diciembre, cuando la gran mayoría de mis vecinos se vaya a pasar una breve temporada fuera de la ciudad. Pero no dejo de pensar que de aquí a las navidades, nos esperan unos días muy desagradables.

    Y es justamente durante este lapso, cuando la autoridad capitalina va a enfrentar uno de sus momentos políticos más álgidos: la vida en el partido que gobierna la ciudad trae más agujeros que nuestras calles.

    Dentro del PRD también hay quien amenaza con operar una gran cirugía. A raíz del triunfo que el Tribunal Electoral le ha entregado a Jesús Ortega, el ala lopezobradorista —donde milita Ebrard— ha planteado la posibilidad de abandonar las filas del sol azteca.

    No queda claro aún si se trata de un chantaje dispuesto para la negociación o si, en efecto, los seguidores del ex candidato presidencial van a terminar mudándose a otro partido.

    Lo cierto es que si el PRD se divide, la primera víctima de este acontecimiento va a ser el jefe de Gobierno de la ciudad de México. Es necesario recordar aquí que la mayoría de los representantes perredistas en la Asamblea del Distrito Federal pertenecen a Nueva Izquierda; es decir, a la corriente política encabezada por Jesús Ortega.

    Lo mismo ocurre con los jefes delegacionales de las demarcaciones más pobladas de la ciudad; Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza también se encuentran en las manos de esa corriente, hoy tan vituperada por el lopezobradorismo.

    De fracturarse el PRD en la capital, Marcelo Ebrard perdería gran parte del respaldo que los suyos le han ofrecido hasta hoy. Se quedaría acompañado por una minoría insuficiente para gobernar esta complejísima ciudad.

    Siendo pragmático como lo es, el jefe de Gobierno no puede abandonar al instituto político que lo llevó al poder. Su mejor opción en esta temporada de secas es utilizar los martillos, aplanadoras y trascabos a su disposición, para reconstruir las relaciones entre Nueva Izquierda y Andrés Manuel López Obrador.

    Sus aspiraciones futuras dependen de conjurar el divorcio. De partirse el PRD, es muy probable que la izquierda termine perdiendo el gobierno de la ciudad donde tiene fincado su principal capital político.

    Si apenas es soportable vivir hoy en una ciudad-batidillo, para los chilangos no será tolerable mañana padecer un gobierno que también sea un batidillo.

    A diferencia del resto de los habitantes de la ciudad, para Ebrard no es opción encerrarse en su palacio hasta que pase la Navidad.

    Analista político



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