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Rosario Ibarra

“Marcha triunfal”

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    30 de octubre de 2008

    “¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines, la espada se anuncia con vivo reflejo. Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”.

    ¡No, no, no se trata aquí de Rubén Darío! No se trata (líbrenos el cielo) de querer imitar a ese bardo inigualable, a él, la más alta cumbre lírica de la América nuestra... ¡No, no y mil veces no! Se trata, eso sí, de escribir unas cuantas líneas de algo que para el pueblo de México es como un canto épico, como una marcha triunfal de las ideas y de las convicciones, de la lucha por la justicia y por la libertad de opinar, y por la decisión de miles de ciudadanos libres de luchar en defensa de lo nuestro, de la riqueza de nuestro suelo y de nuestros mares: el petróleo.

    El martes pasado, a las 8 de la mañana, llegamos, cada quien por su lado y soportando el inclemente frío, a las calles que circundan el legendario Zócalo. Me tocó en Pino Suárez, lugar de inicio de la marcha hacia la Cámara de Diputados, en donde se discutiría la reforma energética. Pugnábamos por que se incluyeran las que fueron bautizadas como “las 12 palabras”, que impedirían la entrega de los llamados “bloques” a potencias extranjeras para la búsqueda y explotación de la riqueza de nuestro suelo: “la leche negra que da vigor al mundo”... ¡el petróleo! Esos “bloques”, esos trozos de suelo patrio que, unidos unos a otros, en entrega a las empresas extranjeras por periodos de muchos años, han llegado a ser miles de hectáreas que se convierten en territorios de dominación de quienes gozan del usufructo del pródigo subsuelo nuestro...

    Marchábamos hacia donde trataríamos de impedirlo; éramos muchos hombres y mujeres libres, patriotas, enemigos del abuso de los poderosos de otras latitudes, que extienden sus tentáculos como gigantescos octópodos hacia los tesoros de otros suelos y pretenden imponer su voluntad en todo el orbe, con el beneplácito de los cómplices autóctonos, comprados con su malsano dinero. La votación se perdió, pero la convicción de seguir defendiendo lo nuestro salió victoriosa.

    Fortalecida aquella multitud que circundaba el Congreso, soportó ocho horas de pie, sin moverse de su lugar, sin comer y aguantando el terrible frío. Llena de júbilo, recibió en improvisado templete a los legisladores que los representaban dentro del recinto. Repitió sin fatiga los “¡vivas!” al presidente legítimo y se retiró en calma con el gozo que da la lucha por anhelos y esperanza. Me siento feliz de ser parte del noble y generoso pueblo mexicano y de que mis pasos fueran parte de esa marcha triunfal.

    Dirigente del comité ¡Eureka!



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