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Editorial de EL UNIVERSAL

Con Obama o con McCain

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    16 de octubre de 2008

    El último debate, anoche, entre los candidatos presidenciales de Estados Unidos, Barack Obama y John McCain, nos advierte que, más allá de los sobresaltos de la bolsa de valores, el cambio de moneda y la delincuencia organizada, tenemos en las relaciones con nuestro vecino del norte un amplio frente que atender.

    No sólo por los 3 mil 141 kilómetros de frontera, los yacimientos petroleros compartidos, la amenaza común a nuestra seguridad, la migración y un comercio internacional de 300 mil millones de dólares, sino por la lenta e incesante integración demográfica entre ambos países.

    Doce millones de mexicanos viven al norte del río Bravo, la mitad sin documentos, y se calcula que 20% de las familias mexicanas tiene al menos un pariente en la Unión Americana.

    Aquí, en cambio, residen un millón de estadounidenses, la quinta parte de los que viven fuera de su patria.

    Nos habituamos a las hamburguesas, las salchichas y las pizzas, y allá disfrutan de los tocos, los burritos, nachos y jalapeños. Aplaudimos a Madonna y allá cantan los mariachis y se escuchan los corridos, hasta en giras especialmente organizadas por el Instituto Smithsoniano.

    El español es la segunda lengua de Estados Unidos, con 45 millones de hispanohablantes, como aquí el inglés, complemento educativo de primera clase.

    El republicano McCain, héroe de la guerra, ya estuvo aquí en su campaña, y Obama nos ha visto desde el otro lado de la línea fronteriza, como la candidata a la vicepresidencia Sarah Palin, gobernadora de Alaska, ve a Canadá y, a través del estrecho de Bering, el perfil de la costa rusa.

    Cualquiera puede ganar, a pesar de las encuestas, y no nos corresponde tomar partido, sino bosquejar los puntos claves para resolver los problemas que estorban el conveniente desarrollo de una relación bilateral que tiene muchas ventajas que ofrecernos.

    Estados Unidos es todavía la principal potencia militar y económica del mundo. El desplome de Wall Street sacudió el sistema financiero global. Y somos vecinos, inevitablemente, con consecuencias inimaginables: se sabe, por ejemplo, que un sheriff fronterizo tenía nexos familiares con uno de los más temibles capos del narcotráfico.

    También hay familias formadas con medios hermanos —mexicanos unos, estadounidenses otros— por el dinámico trasiego que no puede ser parado por vallas ni patrullas fronterizas.

    En la plaza Olvera, de Los Ángeles, el grito de Independencia se festeja en zapoteco y el número de poblanos en Nueva York es tal que un poblado serrano recibe al visitante con sendos relojes: uno con la hora local y otro con la hora neoyorquina.

    El 20% de las familias mexicanas se sostiene con la ayuda de las remesas de su parientes empleados en el país del norte, y en la guerra de Irak han muerto heroicamente soldados de origen mexicano.

    Entre los dos países se extiende una tercera nación de varios millones de seres vinculados por la convivencia y los negocios transfronterizos, cada uno con su propia identidad y lealtad a su patria.

    No importa a quién se considere ahora ganador en el debate de anoche. Cualquiera de los dos va a servir los intereses supremos de Estados Unidos. Del lado mexicano, sin embargo, sería conveniente replantear la relación bilateral, pero no a ciegas. Necesitamos un mayor y mejor conocimiento de lo que es y cómo funciona Estados Unidos, sea por conveniencia o por defensa propia.

    Importa, pues, que abandonemos una voluntaria ignorancia que históricamente nos ha costado mucho y que nuestros órganos de gobierno sigan de cerca la actividad política y económica de un país que, a gustar o no, tiene tanto impacto en el nuestro.



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