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Editorial de EL UNIVERSAL

Explosiones de largo alcance

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    18 de septiembre de 2008

    El ataque con granadas a la población civil congregada en la principal fiesta popular mexicana, el Grito de Independencia, en Morelia, Michoacán, el pasado lunes 15, extendió su onda explosiva a toda la República.

    Hay una sicosis de terror, que era probablemente uno de los objetivos buscados por los autores del cobarde y demencial atentado, pero que debemos esforzarnos en rechazar. Lo mejor es procurar mantener el ritmo normal de vida.

    Ayer permanecieron cerradas las escuelas del centro de la ciudad de Morelia y hay una tendencia a suspender los actos masivos, incluso la Jornada Cultural Estatal de Lázaro Cárdenas, Michoacán, y en Zihuatanejo, Guerrero, el director de la policía municipal recomendó a la población no asistir a reuniones políticas. En esta última entidad habrá elecciones de alcaldes y diputados locales el 5 de octubre.

    En general, todas las corporaciones policiacas y de seguridad pública han activado sus sistemas de emergencia en alerta por el temor de atentados y han reforzado la protección de los más altos funcionarios estatales.

    La espiral de violencia en ascenso ya había causado advertencias a los turistas extranjeros que deseaban visitar México, la salida de empresarios regiomontanos y sus familia para instalarse al norte de la frontera y pérdidas de decenas de miles de millones de pesos en los negocios.

    Después del secuestro y asesinato del joven Fernando Martí, hace mes y medio, nueve personas cayeron bajo la metralla durante una misa en un centro de rehabilitación de drogadictos en Ciudad Juárez; la semana pasada fueron asesinados en el bosque de La Marquesa 24 jóvenes albañiles; y el 16 de agosto en Creel, Chihuaha, punto turístico de la Sierra Tarahumara, fueron sacrificadas 14 personas, entre ellas un bebé y varias mujeres, cuando un grupo de sicarios iba tras dos. La matanza es irrefrenable, sin importar el exceso de las víctimas.

    En Yucatán hubo 12 torturados y decapitados y otros crímenes se han cometido en Baja California, Guerrero, Morelos, Nuevo León, Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz y el Distrito Federal, además de otros sitios.

    Con más de 3 mil víctimas en lo que va del año, la irrefrenable jornada sangrienta se equipara tristemente con las de los países en guerra. Sea o no narcoterrorismo, la violencia debe ser detenida ya, con toda energía, como dijo el Presidente.

    La tolerancia al crimen organizado

    Para acabar con el crimen organizado, con los “enemigos de la paz” —como llama el presidente Felipe Calderón a los responsables de los atentados en Morelia— la cooperación entre todos los funcionarios públicos es insuficiente. La sociedad tiene que involucrarse.

    Aun si los cárteles no están ligados a la matanza del 15 de septiembre, es innegable que su actividad ya cobra en todo el país víctimas inocentes. Niños, madres, adolescentes.

    Hace unas semanas el secretario de la Defensa, Guillermo Galván, calculó que cerca de 500 mil mexicanos participan de alguna manera en el narcotráfico. ¿Cuántas personas están ligadas a estos sujetos o saben a qué se dedican? ¿Cuántos consumidores de droga olvidan que su compra es parte del ciclo que lleva más de 3 mil muertos este año?

    De acuerdo con una encuesta de la Secretaría de Salud, publicada hoy en este diario, en el DF 15% de la población reconoció que ha consumido droga, mientras que en Ciudad Juárez y Tijuana este porcentaje se eleva a 20%.

    Extraer al narcotráfico del tejido social será imposible si la gente cree que entre un asesino, un secuestrador y un narco hay mucha diferencia.



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