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Ricardo Raphael

La gasolina y la majadería

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    15 de septiembre de 2008

    Pifas amaneció muy indignado el miércoles de la semana pasada. Con muecas y rezongos, el bolero profesional y también dueño del puesto de periódicos a donde acudo todos los días, arengaba sin grandes discursos pero muy eficazmente a su clientela habitual.

    En mi barrio, el alza en el precio de la gasolina fue expuesta aquella mañana como la peor de todas las tragedias que nos podía ocurrir en estos enrarecidos tiempos de incertidumbre. Nadie de entre su reducido pero solidario auditorio se atrevió a refutar las palabras de este agitador social, cuyo nombre verdadero ninguno conoce.

    La experiencia de ser mexicanos nos ha dejado muy desarrollado el instinto para reaccionar cada vez que el precio de los combustibles remonta. Sabemos que constituye el mejor de los pretextos para que los especuladores se permitan abusar.

    Escondido bajo una gorra de mezclilla y agitando sus manos tachonadas de grasa negra para zapatos, el Pifas nos señalaba su viejo y moribundo Rambler 1978. El tanque de este vehículo va a reclamar, de ahora en adelante, más boleadas y más venta de revistas. Al tiempo en que los demás prescindiremos, por un tiempo, de los servicios y productos ofertados por este entrañable personaje.

    ¿Cómo refutar al Pifas? Lo que tenía por decir iba a sonarle más extranjero que las frías nevadas de Alaska. Mientras él mentaba madres contra el presidente Felipe Calderón y todo su gobierno, miré los titulares de los periódicos y desistí a todo intento por contradecirle.

    Aquel hombre tiene razón y sin embargo me hubiera gustado pedirle que considerara la inteligencia de seguir invirtiendo anualmente 250 mil millones de pesos en subsidiar el uso intensivo del automóvil.

    Para continuar con su negocio, el Pifas no puede renunciar a su moribundo Rambler. Este vendedor de revistas pertenece al 75% de la población que los bancos no reconocen como sujetos de crédito para la adquisición de los nuevos y modernos carros que gastan menos gasolina.

    Porque el ingreso de la gran mayoría de los mexicanos es precario es que sólo se puede aspirar a la sobrepoblación de automóviles viejos, que por obvia coincidencia consumen más combustible.

    Para justificar la decisión gubernamental, Agustín Carstens, secretario de Hacienda, ha dicho que México debería igualarse en precios con Estados Unidos, donde el valor por litro de gasolina es de unos 10 pesos; 20% más de lo que se paga en México.

    Quizá el Pifas podría coincidir con él si el resto de los precios, incluido el del salario, también se igualara. Y, sobre todo, si los mexicanos contáramos, al menos en las grandes urbes, con un transporte público digno y funcional.

    Si para llegar a nuestro trabajo o regresar a casa nos beneficiáramos de un servicio suficiente de Metro donde nuestra humanidad no fuera apachurrada en las horas pico. Si se nos librara de la humillación que implica subirse todos los días, y varias veces al día, a esas latas de sardina que los mexicanos conocemos como microbuses.

    Si tuviéramos la opción de vivir fuera de la ciudad porque una red bien conectada de trenes rápidos nos transportara a los suburbios y a otras poblaciones más amables para la existencia.

    En fin, si en lugar de seguir invirtiendo en más infraestructura para automóviles se hiciera una apuesta seria en el país para igualar la calidad del transporte público con aquellos otros lugares (por ejemplo Alaska) donde la gasolina es más cara.

    El enojo que despierta el alza en los precios de los combustibles tiene que ver con la contradicción sistemática en la política del Estado.

    Bien haría la administración en usar los pesos ahorrados con la eliminación de este subsidio para igualar las condiciones del transporte. Si no, Pifas habrá tenido razón y el gobierno merecerá más de una majadería por su reiterada incapacidad para hacer coherentes las políticas que emprende. Y por afectar siempre a los más desaventajados.

    Analista político



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