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Ricardo Raphael

En defensa de los chilangos

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    18 de agosto de 2008

    A excepción hecha de Marcelo Ebrard Casaubón, ningún otro gobernador ha sido reprendido por el jefe del Ejecutivo, Felipe Calderón Hinojosa, por estar distraído en otras actividades en lugar de dedicarse a combatir la inseguridad.

    Llama la atención el hecho porque, de ponerse a repartir gritos y sombrerazos desde Los Pinos, son varios los titulares en el gobierno de las entidades federativas, quienes antes merecerían el regaño.

    Sin embargo, el Presidente se ha contenido a la hora de calificar el trabajo, por ejemplo, de Ulises Ruiz (Oaxaca), Mario Marín (Puebla), Jesús Aguilar Padilla (Sinaloa) o José Guadalupe Osuna (Baja California); a pesar de que cada uno de ellos ha acumulado entre las poblaciones que gobiernan enojos muchos y agravios varios.

    Ha de hacerse notar que no es nueva —ni exclusiva del jefe del Ejecutivo— esta paternal licencia con reflejos de arbitrariedad. Pero en los años recientes el trato que las autoridades de la Federación han sostenido hacia los capitalinos comienza a ser intolerable.

    No debería verse como un hecho aislado que en el año de 2005 el Congreso de la Unión, con evidente entusiasmo presidencial, haya decidido desaforar al segundo gobernador electo de la capital del país.

    El neblinoso desacato a una orden del Poder Judicial por el que fuera acusado Andrés Manuel López Obrador, implicó un lamentable pretexto para vulnerar la autoridad legal y legítima que los capitalinos nos hubiéramos otorgado.

    En este mismo rosario de episodios habría ahora de colocarse la decisión que se prepara en la Suprema Corte de Justicia de la Nación para echar atrás las reformas penales celebradas por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal con respecto a la legalización sobre el aborto.

    A los ministros del más alto tribunal, aparentemente les tiene sin cuidado la moral imperante en la ciudad de México. Aquella legislación aprobada por la Asamblea corresponde a convicciones muy propias —liberales y progresistas— de la identidad capitalina.

    En cambio, la ética conservadora de los jueces, coincidente con la de otros mexicanos que viven fuera de esta metrópoli, erróneamente se asume como única y hegemónica para interpretar los mandatos de la Constitución.

    Aquí la Federación quiere actuar de nuevo, con talantes sin dignidad, en contra de los derechos de las mujeres de la capital mexicana.

    Un ejemplo más de la disminuida estatura con la que se suele tratar a los capitalinos ocurrió recientemente a propósito de los libros de texto relativos a la educación sexual.

    Resulta que la autoridad capitalina emprendió un esfuerzo para ofrecer a los alumnos de educación básica un libro nuevo, poseedor de una pedagogía más adecuada para la construcción de una identidad sexual moderna e instruida.

    Un texto que evidentemente conecta con la moral sexual imperante en la ciudad capital.

    Otra vez, la Federación por conducto de la Secretaría de Educación Pública advirtió que habría de pasarse por encima de su cadáver antes de que tales libros fuesen utilizados por los maestros dedicados a la instrucción pública en la capital.

    Entre varios otros, los hechos aquí relatados forman parte de un largo rosario que habría de ser valorado en su conjunto.

    Los capitalinos no tendríamos por qué seguir siendo tratados de esta manera. Es muy ofensiva la condescendencia y el paternalismo autoritario del gobierno federal. Afectan a una población que no merece esta injustificada descortesía.

    Los chilangos podemos estar orgullosos de haber prestado nuestra casa a los poderes de la Unión, pero no por ello estamos obligados a pagar más contribuciones de las que nos tocan. No somos ciudadanos de segunda y la sumisión política que se nos está exigiendo ha excedido los límites.

    Analista político



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