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Ricardo Raphael

Angustia sin fin

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    14 de julio de 2008

    Las tanquetas militares recorren a toda hora las carreteras de Sinaloa. Igual sucede en las principales avenidas y calles de Guamúchil, Badiraguato, Culiacán o Navolato.

    Estos vehículos avanzan lentamente en caravanas de cuatro o cinco. Transportan, cada uno, 10 o 12 soldados espectacularmente armados, cuyos rostros suelen ir cubiertos por pasamontañas.

    Contrasta con el parsimonioso despliegue de los militares el ajetreado ir y venir de los policías federales. Son ellos quienes ayer domingo apartaron de la carretera a un automóvil ocupado por un grupo de mujeres muy jóvenes, que venían de asolearse en las playas de Atata.

    Los mismos efectivos que han formado un cordón de seguridad alrededor de un restaurante donde, desde hace décadas, se ofrecen mariscos y cervezas sobre la vía pública.

    Sinaloa es un lugar donde, por tradición, la gente se comunicaba a gritos. Hasta hace poco, levantarse la voz no restaba afecto ni familiaridad. Hoy, sin embargo, la población baja todo el tiempo el tono y también la mirada. La angustia de vivirse en un lugar tan incierto ha cambiado los hábitos.

    Basta con poner la vista sobre los periódicos del día para simpatizar con el estado de ánimo que hoy domina en Sinaloa. Durante el fin de semana que concluyó ayer, por ejemplo, ocurrieron dos violentas agresiones en contra de la población civil.

    Los vecinos de la colonia residencial Rincón del Humaya, en Culiacán, vieron interrumpida la intimidad de su tarde de sábado por el ruidoso enfrentamiento armado entre dos grupos de sicarios.

    Según la información publicitada, en el hecho se detonaron varias granadas, se tiraron más de mil balazos, cinco casas de particulares recibieron daños y lo mismo ocurrió con tres automóviles particulares propiedad de los residentes.

    Los vecinos se escondieron en sus viviendas mientras esperaban a que la refriega amainara. Sólo supieron que el mal momento había terminado cuando se escucharon las sirenas de la policía.

    Al mismo tiempo en que lo anterior sucedía, 250 kilómetros al sur del estado, en el centro comercial La Gran Plaza del puerto de Mazatlán, 40 personas eran tomadas como rehenes por otro grupo de sicarios que decidió utilizarles como escudo humano para escapar de las autoridades policiacas.

    Ante el pánico de los secuestrados, y también de sus familiares, en una estrategia que duró más de dos horas, los criminales fueron liberando, una a una, a todas sus víctimas. De esta manera fue como lograron obtener una vía libre para escapar de las autoridades que les perseguían.

    En Sinaloa, el pasado fin de semana no fue distinto al anterior. Desde hace ya más de un año, en esta región del país así de violentas se han vuelto las horas, los días y los meses.

    Por ahora la intranquilidad social no hace más que crecer. Ya de nada sirven los pedimentos del presidente Felipe Calderón para tener paciencia. Tampoco en Sinaloa ofrecen tranquilidad las declaraciones del procurador general, Eduardo Medina Mora, en el sentido de que la lucha del Ejecutivo en contra el narcotráfico se está ganando.

    Evidentemente ya no sirve para tranquilizar el espíritu la espectacularidad de las tanquetas militares que patrullan esta entidad. Menos aún los continuos y bruscos movimientos de las policías en contra de los civiles.

    Son demasiados ya los meses de desplante autoritario y la inseguridad para los sinaloenses no disminuye. Sucede lo contrario y por eso la ansiedad crece todos los días.

    ¿Qué expectativa se puede tener sobre la fecha de caducidad de esta guerra? ¿Por qué suponer que este gobierno será más eficaz que los anteriores? ¿O por qué sería más honesto en comparación con los de antes?

    Lamentablemente no hay respuesta que en estos días le ponga un fin, ni tampoco finalidad, a la angustia social que hoy se vive en Sinaloa.

    Analista político



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