Opinion

Durante el pasado mes de mayo tuvo lugar la firma de la Alianza para la Calidad Educativa. Las rúbricas del presidente Felipe Calderón Hinojosa y de Elba Esther Gordillo Morales, líder vitalicia del movimiento magisterial, dieron constancia del hecho.

Aquel acto protocolario ofreció casi inmediatamente su primer fruto: en la opinión pública dejó de ser atacada la estrecha relación política entre ambos personajes.

Hasta antes de esta alianza, Gordillo Morales aparecía cotidianamente censurada por sus frivolidades y por su inexplicable enriquecimiento.

Al mismo tiempo, algunos medios de comunicación habían colocado en su agenda prioritaria el expediente de la baja calidad educativa en México. Así, de la mano en un mismo argumento, iban las bolsas Prada y los lamentables resultados de las evaluaciones educativas.

Ambos elementos demostraban, desde una bizarra conjunción de símbolos, que los recursos económicos dedicados para la educción han sido administrados equivocadamente.

Simplificando: han servido para comprar bolsas caras de mujer y no para mejorar los resultados pedagógicos en el país.

En los primeros días de abril de este año, el calor crítico impuesto por la opinión pública llegó a uno de sus puntos más elevados.

Ocurrió durante el Consejo Político Nacional del SNTE donde la líder inamovible del magisterio tenía previsto remover a Rafael Ochoa Guzmán, secretario general de ese sindicato.

Como se recordará, el chorro de luz que los medios lanzaron para publicitar aquella operación enfureció a la profesora hasta el punto de arrancarle lágrimas frente a los reporteros.

Poco más de seis semanas después de aquel patético momento, la situación política de la maestra se recompuso notablemente. Cuatro hechos influyeron en esta sorpresiva recuperación:

Primero, los asesores de Gordillo le propusieron que se colocara unos lentes negros, como de maestra de escuela, y que vistiera más sobriamente (también como de maestra de escuela), con el objeto de parecer maestra de escuela.

Segundo, el Presidente de la República instruyó a sus subordinados para que no contribuyeran a hundir en el pantano del desprestigio a su asociada política.

Tercero, se firmó la ya mencionada Alianza para la Calidad Educativa.

Cuarto, se orquestó una muy bien diseñada operación de persuasión con el objeto de convencer a la opinión pública de las muchas bondades contenidas en dicha alianza.

El argumento central fue que la firma del documento (y también los nuevos lentes de la profesora), estaban abriendo una oportunidad inmejorable para reformar la educación básica en el país.

Los promotores no han querido, sin embargo, asomarse a la más importante de las debilidades que padece la mentada alianza: lo que se pactó no va a derivar en modificación alguna a la ley general de educación y por tanto puede terminar como una ingenuidad, simpática pero insustancial.

Tengo para mí que son temas sustanciales y por ello fue una gran idea que se incluyeran en la alianza. Sin embargo, por estar contenidos en un pacto político y no en un instrumento legal y obligatorio, pueden terminar en buenos deseos y nada más.

Si la alianza es tan buena y trascendente, pues entonces merece alcanzar la fuerza que sólo la ley es capaz de otorgar.

En realidad, el escepticismo comienza a fraguarse cuando se hizo público que fue la profesora quien se negó a otorgarle fuerza normativa a sus acuerdos con el Presidente.

Aquí es donde el zorro, si bien disfrazado, deja ver que sigue siendo zorro; y que el erizo, necio pero vanidoso como siempre, sigue también siendo un erizo.

Analista político