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Ricardo Raphael

Zonas rojas

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    09 de junio de 2008

    Pocos temas merecen tan es-casa atención en el espacio público mexicano como ocurre con el trabajo sexual comercial, mejor conocido como la prostitución.

    La mezcla de hipocresía y menosprecio que hoy despiertan las zonas rojas ha hecho posible que el oficio más antiguo del mundo se haya convertido en México en una tapadera para la violencia contra las mujeres, la trata de personas, el comercio sexual de menores, la venta de drogas, la denigración de adolescentes, el abuso de autoridad y la propagación de enfermedades graves.

    La zona roja en México es un territorio cada vez más caótico. Son propiedad del más fuerte y al mismo tiempo de nadie. Son un paraíso para la impunidad y también para la explotación. Lugar donde la policía acude para abusar y extorsionar, y no para asegurar que la ley se cumpla.

    Las zonas rojas sirven en México para ocultar la existencia de zonas negras. La práctica de la prostitución encubre otros negocios y giros que, gracias a ellas, hoy florecen muy lucrativamente en la ilegalidad.

    Las zonas de tolerancia para la prostitución no son un hecho reciente. En México existieron en la Gran Tenochtitlán y también en las urbes construidas durante la Colonia.

    Decía fray Bernardino de Sahagún que las prostitutas iban por la vida “partiendo mercado”. Y es que, desde los tiempos previos a la llegada de los conquistadores, ellas ejercían su oficio cerca de los baños públicos, las plazas y, en efecto, de los mercados.

    A diferencia de aquellos tiempos, la novedad radica hoy en el desorden y criminalidad que caracterizan a las zonas rojas mexicanas. Los fenómenos que ahora confluyen en ellas son varios:

    La pobreza es la más importante de las razones para ingresar al oficio de la prostitución. Por ejemplo, la gran mayoría de las casi 50 mil prostitutas que trabajan en la capital del país proviene de los rincones más pobres, del sur y del sureste de nuestro territorio.

    En México, alrededor de 83% de las sexoservidoras trabajan en las calles. La mitad tiene menos de 24 años, 8 de cada 10 tienen hijos y 7 de cada 10 no tienen (ni probablemente tendrán) una relación estable de pareja.

    No son las sexoservidoras quienes mejor tajada reciben del negocio de la prostitución. El comercio sexual, mientras denigra a tantas personas, enriquece en realidad a unos cuentos.

    Con él hacen dinero los restauranteros y los hoteleros. También los alcahuetes o proxenetas. Y no hay que dejar atrás a los policías responsables de vigilar que el negocio sobreviva y reditúe.

    A partir de ese entramado mafioso de impunidad —entre los varios socios de la prostitución— es que se incorporan, en algunas zonas rojas del país, los explotadores de menores y los tratantes de personas.

    Se tiene noticia, y abundante documentación, de que en ciudades como Tijuana, Baja California, o en barrios como el de La Merced, en la ciudad de México, son explotadas sexualmente niñas menores de 18 y aun de 14 años.

    Sus abusadores las “enganchan” en los pueblos de donde son originarias, con la promesa de un matrimonio o un trabajo bien remunerado, y les convencen de ir a la gran ciudad.

    Ya solas y sin recursos estas menores terminan aceptando acostarse en una cama de piedra dentro de un cuchitril sucio pero perfumado. Ahí será donde 10, 20 o 30 clientes, al día, vendrán a visitarles.

    Se sabe que no sólo son mujeres menores de edad las que sufren el delito de la trata de personas. En las zonas rojas mexicanas también se trafica con menores del sexo masculino. Niños y adolescentes abusados por las redes de pederastia que operan en esos territorios de nadie.

    Junto con estos males convive la venta de pornografía infantil, el comercio de drogas y la propagación de enfermedades venéreas, así como del VIH-sida.

    En las zonas rojas mexicanas abunda además la práctica del sexo inseguro; no usar condón es coincidente con esta atmósfera de violencia y machismo desbordados, de desprecio y denigración.

    Por más que las buenas conciencias hagan un esfuerzo por apartar la mirada, la prostitución es un hecho social que no puede abolirse por decreto. Por mucho tiempo el comercio sexual seguirá existiendo entre los seres humanos.

    Sin embargo, al ignorar el tema y eludir la responsabilidad que amerita, el resto de la sociedad se vuelve cómplice del abuso de menores, de la explotación sexual, del tráfico de drogas y de la denigración de los más pobres.

    Gracias a la hipocresía social que gobernantes y proxenetas han construido su propio paraíso de impunidad: zonas negras disfrazadas de rojo. La prostitución como fachada de un comercio ilegal, destructor e insoportable. Es censurable la falsa conciencia porque se utiliza para silenciar estas amargas realidades.

    Si no se puede abolir la prostitución, es indispensable entonces reglamentarla.

    Llama la atención saber —también por fray Bernardino de Sahagún— que el comercio sexual en las calles de Tenochtitlán ocurría, antes de la llegada de los españoles, de forma limpia y ordenada. Este fraile da cuenta de una práctica bien normada por los usos y costumbres.

    A más de 500 años transcurridos, hoy los usos y costumbres de las zonas rojas mexicanas son vistosamente inadecuados. Tales territorios necesitan urgentemente una regulación propia y actualizada que —sin ignorancia ni mojigaterías— sirva para ordenar un comercio sexual que sólo debe ocurrir por la voluntad de dos o más adultos libres y responsables.

    El caos en las zonas rojas se debe a la ausencia de legislación adecuada. Son los vacíos en la ley lo que permite la violación sistemática de los derechos de los menores, de las prostitutas, de sus clientes y del resto de la comunidad.

    Es muy lamentable, en este contexto, la manera como las autoridades —particularmente la de las grandes ciudades como el Distrito Federal— han desestimado la importancia de una ley específica para regular la vida cotidiana de la prostitución en la calle.

    ¿Será que reglamentar el trabajo sexual comercial no deja votos? Quizá, pero no todo lo que vale la pena ofrece sufragios en las urnas. ¿O sí?

    Analista político



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