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Ricardo Raphael

Los delfines del PRD

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    05 de mayo de 2008

    El PRD podría no estar en fase de disolución, sino de reencarnación. Y eso de reencarnar en vida siempre tiene algo de miserable. Ya en su día lo advirtió Chataeubriand que bien sabía del asunto.

    El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano declaró hace poco que el partido por él fundado estaba ahora más cerca que nunca de disolverse.

    Cierto es que el PRD está pasando por una siniestra crisis. Ha sufrido un importante desprestigio provocado simultáneamente desde los frentes interno y externo del partido.

    Mientas hacia fuera, el PRD ha sido severamente juzgado por su radicalización en la batalla contra la reforma energética del gobierno federal, dentro de casa el desaseado proceso para la sucesión de Leonel Cota Montaño también le hizo mucho mal.

    Todas las encuestas rebelan que Andrés Manuel López Obrador, hasta hace muy poco el activo político más importante del PRD, ha visto a su popularidad herida de gravedad; sobre todo por sus estrategias en el tema energético.

    Por otra parte, las acusaciones mutuas de fraude y acarreo lanzadas por Alejandro Encinas y Jesús Ortega, y la incapacidad de este partido para procesar institucionalmente los resultados de su elección interna, también han afectado la imagen pública del PRD.

    Todo junto arroja la efigie de un partido poco confiable para hacerse cargo de gobernar a México. De ahí que los adversarios de la izquierda anden lamiéndose tan entusiastamente los dedos.

    Es difícil aligerar la responsabilidad que tales hechos lanzan sobre la espalda de López Obrador. Él ha sido el general que se equivocó en todos los frentes mencionados.

    Por un lado, a propósito de la reforma energética, instruyó el bloqueo en la deliberación legislativa. Y por el otro, tomó la equívoca decisión de inclinarse explícita y hasta agresivamente por Alejandro Encinas, para que presidiera al PRD. Ello en lugar de colocarse por encima de la competencia entre sus correligionarios.

    Es demasiado notorio que el ex candidato presidencial cometió los errores que están llevando al PRD a experimentar su crisis actual. Por ello, tengo para mi que Cárdenas se equivoca en su apreciación: lo que está en proceso de disolución es el liderazgo de su antiguo pupilo, y no el futuro político del PRD.

    Ahora bien, ¿podrá el PRD sobrevivir a la derrota anticipada de su actual líder más importante? ¿Sabrá hacerlo cuando este instituto político siempre ha necesitado de un caudillo para sobrevivir?

    En sus años de vida, el PRD se ha concebido como un vehículo cuyo principal, y en ocasiones único objetivo, era ganar la presidencia de la República. Entre 1988 (con el Frente Democrático Nacional) y el 2000, el elegido para logar dicho propósito fue Cuauhtémoc Cárdenas. Entre 2000 y la fecha el sujeto en cuestión fue Andrés Manuel López Obrador.

    Mientras tanto, en su trayectoria hacia los Pinos este partido ha ganado presidencias municipales y gubernaturas. También ha obtenido importantes posiciones parlamentarias, locales y nacionales. No obstante, los perredistas han despreciado (o hacen como si despreciaran) tales logros. Les valoran como menores.

    No han visto satisfechas sus ambiciones a pesar de haber obtenido, por ejemplo, el gobierno de la ciudad de México o de haberse convertido en la segunda fuerza legislativa del país. Nada pareciera poder liberar a los perredistas de su maniática frustración. Y todo porque el caudillismo ha sido, hasta ahora, pieza fundamental de su naturaleza.

    En efecto, la obsesión por la Presidencia de la República ha conducido a una excesiva personalización de la política Si lo único que importa es que el caudillo aterrice en Los Pinos, luego, todos los demás militantes y seguidores han de supeditar sus intereses y proyectos, su inteligencia y su crítica, a este propósito.

    De ahí que el quehacer político perredista se haya caracterizado hasta hoy por exhibir una visión unidireccional de las cosas. Y también por defender una sola manera de ponerlas en marcha. Resultado: durante 19 años la mirada y la acción política de los partidarios del sol azteca han estado definidas por las decisiones del máximo líder en turno.

    Esta expresión unipersonal del quehacer político se ha manifestado también fuera de las fronteras de las jurisdicción perredista. Ha sido práctica obvia y cotidiana en la escena política donde los militantes de este partido conviven con sus adversarios del centro priista y de la derecha panista.

    De ahí que los militantes del sol azteca no hayan sido buenos jugadores en esos lugares supuestamente diseñados para que la pluralidad de voces y opiniones se encuentren. No habiendo aprendido en casa a jugar de otra manera, igualmente en los recintos de la diversidad suelen los perredistas personalizar al extremo la acción pública.

    A no dudarlo: estos son síntomas de la manera caudillista de hacer política. Es decir, de la política que depende demasiado de los proyectos personales y muy poco de las iniciativas compartidas que caracterizan a las fuerzas democráticas de mejor cepa.

    No es la disolución el problema principal del PRD en estos días. El asunto pareciera ser otro: si durante tanto tiempo este partido ha necesitado de la andadera del caudillismo para sobrevivir, ¿qué va a hacer ahora cuando el liderazgo personalísimo se está disolviendo y no se mira en el horizonte un pronto sustituto de Andrés Manuel López Obrador?

    En la bahía donde se paseaba un tiburón, aparece ahora un nutrido grupo de delfines. Y no hay material genético para producir caudillismo entre ellos. Unos y otros son delfines porque, a diferencia del político solitario, para sobrevivir nadan en manada.

    No son caudillos los líderes de la generación más joven, tales como Carlos Navarrete, Marcelo Ebrard, Lázaro Cárdenas, René Arce o Ruth Zavaleta. Tampoco lo son quienes forman parte de la camada previa como Javier González Garza, Alejandro Encinas, Jesús Ortega, Amalia García o Zeferino Torreblanca.

    Si esta crisis concluyera con la defunción del personalismo en el PRD y el surgimiento de una forma menos jerárquica y más colegiada de hacer política, pues bienvenida la crisis. Y luego la reencarnación.

    El aniversario número 20 del PRD se anuncia mejor que el número 19.

    Analista político



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