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Rogelio Ramírez de la O

TLCAN, bajo juicio en EU

Consultor y analista económico, director de la firma Ecanal (Economic Analysis for Company Planning). Su preparación en el ámbito del comerc ...

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    05 de marzo de 2008

    El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) está ya en el centro de los compromisos de campaña de Hillary Clinton y Barack Obama para su revisión. Según ellos, ha costado a Estados Unidos 3.7 millones de empleos manufactureros. La prioridad de los próximos años será salir lo mejor librados posible de una recesión y frenar el desempleo.

    Aunque totalmente lógicos, estos pronunciamientos son recibidos por el gobierno mexicano como amenazas. Su falta de entendimiento del problema es en parte por anteponer la ideología a la realidad, en una mezcla de fe en el libre comercio con inocencia y falta de profundidad. También en parte porque en las últimas décadas el gobierno se acostumbró e influyó en varios centros y líderes de opinión para considerar la defensa de intereses nacionales como anticuada y populista.

    Para empezar, el TLCAN nunca fue un tratado de libre comercio en su totalidad. Desde el inicio de las negociaciones ambos países salvaguardaron sectores de la competencia. Estados Unidos protegió su transporte marítimo; y el gobierno de Carlos Salinas protegió las telecomunicaciones y la banca. El resultado fue que aunque México ganó muchos empleos manufactureros hasta 2000, nuestra industria nunca afianzó su competitividad porque los sectores protegidos (telecomunicaciones, banca, cemento, transporte y otros) le vendieron sus insumos muy caros. Las ganancias del tratado fluyeron hacia estos sectores más que hacia el grueso de la industria.

    Al mismo tiempo las tarifas acordadas para proteger la agricultura mexicana se fueron reduciendo hasta llegar a cero este año, perdiéndose millones de empleos agrícolas sin que el gobierno lograra un plan efectivo en 14 años. Algo debe andar muy mal para que hoy los productores agrícolas se nieguen a dialogar con el secretario de Agricultura.

    Siempre supimos que un tratado entre países tan desiguales sería muy difícil, pues los productores de ambos tienen calidad de infraestructura y costos de crédito muy diferentes, para mencionar sólo dos variables que pueden causar pérdida de empleo. Por esa razón es que los únicos antecedentes y lecciones de comercio libre eran de los tratados europeos. Bélgica y Luxemburgo fueron el primer ejemplo de éxito, no sólo por ser economías con nivel de desarrollo similar, sino porque los tamaños de sus empresas eran muy similares: medianas y pequeñas en ambos lados de la frontera.

    Más tarde el éxito se amplió en la Unión de Benelux, que incluyó a Holanda, y posteriormente convergió en la Comunidad Económica Europea. Pero la construcción de estos acuerdos tomó más de 60 años y no se hizo con precipitación y menos sin reconocer que los países de menor desarrollo no pueden participar a menos que reciban consideraciones especiales.

    Compárese esta situación con los cambios de última hora que México aceptó para modificar en su contra el tratado en materia de azúcar mediante “cartas paralelas”, a fin de acallar la oposición de azucareros estadounidenses.

    Quienes hoy se alarman por reclamos al TLCAN parecen desconocer estas cuestiones tan básicas. La problemática en EU es que perdió muchos empleos y sigue haciéndolo, aunque ya no hacia México. Para ser justos, los candidatos presidenciales no culpan sólo al TLCAN, sino a todos los tratados.

    Pero aparte de mantener sectores privilegiados sin competencia externa, el gobierno cometió el gran error de no valorar al TLCAN con realismo, confundiéndolo con libre comercio a diestra y siniestra. Así, en lugar de concentrarse en preservar el empleo que ya estábamos generando, se dedicó a firmar tratados con todos los países que se lo solicitaron, abriéndoles nuestro mercado interno. No valoró que el TLCAN era la membresía a un club norteamericano al que no tenía acceso ningún otro país en desarrollo ni el peso de nuestro mercado interno.

    Y hoy parece no entender que su misión en el TLCAN era desarrollarse y crear empleo. El mismo presidente Bush indicó el 28 de febrero que “a México hay que ayudarlo (con el TLCAN) a crear empleo para que reduzca la emigración”.

    Hoy el TLCAN y, por asociación, la emigración de México son llamados a cuentas en EU. La revisión del tratado no implica, como muchos opinan erróneamente, que perderíamos todos los empleos hoy asociados a las exportaciones. Pero si el gobierno mexicano no tiene un nuevo plan de gran visión frente a EU —como así parece—, se expone a otro fracaso. Los pronunciamientos defensivos, como los hizo el embajador en Washington, Arturo Sarukhán, sólo exponen al gobierno a aparecer como un perdedor cuando el nuevo presidente lo llame a discutir el TLCAN.

    rograo@gmail.com

    Analista económico



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