Opinion

Aunque usted no lo crea, México se da el lujo de invertir miles de millones de pesos en becas de posgrado en el extranjero para estudiantes de ciencia que luego se quedan allá porque aquí no hay plazas, ni en las universidades ni en las empresas.

En síntesis, donamos talento de excelencia a los países más ricos de la Unión Europea y a Estados Unidos.

La suspicacia nos hace preguntar si de veras no hay sitio en las universidades, públicas y privadas, o si en éstas prevalecen todavía las camarillas que se adueñan de las plazas y las cierran a la competencia ilustrada.

Tampoco deja de extrañarnos que las compañías extranjeras rehúsen contratar a científicos preparados en la sede de sus matrices, que por lo menos deben dominar sus idiomas patrios.

Sin embargo, los datos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) no dejan lugar a dudas: el consejo erogó unos mil 140 millones de pesos en becas para más de 2 mil 100 estudiantes, a razón de 225 mil pesos por cada uno durante un promedio mínimo de 3 años. Ninguno pudo regresar para sumarse a la fuerza de trabajo y educación superior en su país.

Conforme aumenta el número de becas aumenta también la cantidad de estudiantes que se quedan en el extranjero.

Al principio se iban, masivamente, los desposeídos. Luego se sumaron los de educación media y superior, muchos de los cuales brillan en todos los campos. Pero ahora son quienes forman la crema del conocimiento los que prefieren establecerse en países con mejores condiciones para su vida profesional.

La creciente sangría que padecemos debe, más que entristecernos, preocuparnos seriamente.

No hemos podido, como nación, abrir espacios suficientemente amplios para mantener aquí a nuestros compatriotas. Ningún otro logro importa si no dejamos de ahuyentar a quienes aquí nacieron.