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Ricardo Raphael

¿El fenómeno Obama?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    25 de febrero de 2008

    Hasta hace todavía muy poco abundaban los analistas serios que insistían con que Barack Obama no llegaría a la nominación demócrata porque es afroestadounidense. Desde los últimos avances en las primarias de su partido ha dejado de escucharse este argumento. El número de estados que Obama ha ganado y el empate que sostiene con Hillary Clinton en el acumulado de delegados han comenzado a diluir el escepticismo.

    No era por racismo propio que los especialistas arriesgaron esa idea, sino por la suposición de que el racismo ajeno sigue siendo una pulsión relevante entre los electores estadounidenses. El argumento completo iba más o menos así: “Estados Unidos no está listo para tener un presidente negro y mucho menos si éste es un liberal”.

    Hoy es todavía difícil desechar de plano esta sentencia pero también lo es que se ha ido adelgazando el énfasis con el que se afirmaba. Con todo, algo está moviéndose aceleradamente en el mapa cultural de Estados Unidos y, por tanto, argumentos que antes eran útiles para interpretar la realidad están dejando de ser vigentes.

    Cuando ocurre una elección, la pregunta obvia que a todos interesa es quién va a ganarla. En esta ocasión, en cambio, tal interrogante ha caído en el segundo nivel de las curiosidades. El primero ha sido otorgado a otra que merece más atención: ¿qué estará pasando en esa sociedad para que comience a ser considerado como factible que Barack Obama —un abogado negro, defensor de los derechos de las minorías políticas— llegue a la Casa Blanca?

    Hay quien responde que el fenómeno Obama es sólo un artificio de los medios de comunicación y que pronto terminará por desinflarse. ¿A qué fenómeno se refieren? ¿Al hecho de que este precandidato vaya tan avanzado en la obtención de delegados dentro de las primarias demócratas o a que en la mente de los estadounidenses se perfile la silueta de un presidente que antes era inimaginable?

    Tengo para mí que es un error atribuir el fenómeno Obama —en exclusiva— a Barack Obama. Este suceso viene aparejado de otros síntomas que podrían pasar inadvertidos. ¡Claro que es sorprendente que un negro compita por el liderazgo del país más poderoso del mundo! Pero tanto o más lo es que también se encuentren en la recta final de la competencia, una mujer (Clinton) y una persona con discapacidad (McCain).

    Y para mayor abundamiento ha de subrayarse que los tres precandidatos estén dedicando buena parte de su discurso para hablar favorable y hasta benévolamente sobre los migrantes latinos.

    Vistas así las cosas: ¿es Obama causa o consecuencia de este movimiento cultural tan sorprendente? Lo más probable es que sea su consecuencia.

    Con esta afirmación no me atrevo a disminuir las virtudes de la frescura en su discurso político (poesía pura la han llamado algunos), ni los efectos de la burbuja mediática que lo promueve, tampoco menosprecio la ingente cantidad de recursos que ha recaudado para financiar su campaña. Sólo insisto en que en otro contexto social este senador por Ilinois difícilmente hubiera ganado una sola primaria.

    El término “movimiento cultural” puede ser usado en dos sentidos. Uno es el que sirve para describir a un grupo de personas que, asociadas voluntariamente o no, impulsan cambios en los paradigmas del arte, las ciencias, la ética e inclusive la política.

    Quizá el primer movimiento cultural del que se tenga noticia sea el de los enciclopedistas franceses. D’Alambert, Diderot, Voltaire, Rousseau y varios otros constituyeron lo que Thomas R. Rochon llama una comunidad crítica; un grupo de personas cuya coincidencia intelectual confecciona la hebra de valores y principios que, pasado el tiempo, otorgan fundamento ético a una nueva época.

    Pero el término “movimiento cultural” puede también ser usado en otro sentido: sirve igualmente para hablar de los cambios mentales que ocurren, a la manera de un desplazamiento en el ajedrez, entre un punto y otro del tablero social. Un sinónimo aún más preciso sería el de “corrimiento cultural”.

    Estados Unidos es un país donde se tiene conciencia sobre tales corrimientos en el eje de sus valores. Se tiene memoria, por ejemplo, de que una era la nación racista de mediados de los años 50 cuando, en Montgomery (Alabama), Rosa Parks fue encarcelada por haberse negado a entregarle su lugar a un blanco dentro del transporte público —hecho que detonó el movimiento social encabezado por Martin Luther King Jr.— y otro es el país que en el año 1964 firmó, en la Casa Blanca, el Acta de Derechos Civiles.

    Nueve años tomó aquella batalla cultural. Y si bien ésta no erradicó la discriminación contra los afroestadounidenses, sí construyó leyes e instituciones que ayudarían a otorgarles una posición social muy distinta.

    Como también apunta Rochon, si uno mira una revista Life de finales de los años 50 y otra de principios de los años 70 es posible observar nítidamente el corrimiento. Mientras en la primera sólo aparecen fotografiados hombres, mujeres y niños caucásicos, en la segunda se refleja en cambio la diversidad racial de Estados Unidos. El movimiento de los derechos civiles es el hecho histórico que mejor explica ese cambio de contenidos editoriales.

    Con esta idea en mente vale la pena mirar ahora el actual proceso electoral estadounidense; observar el dramático movimiento (o corrimiento) cultural que han experimentado los vecinos del norte entre el proceso de 2004 y el que se está celebrando ahora.

    En aquel entonces, como producto del miedo hacia el terrorismo, George W. Bush ganó la presidencia apelando —desde una plataforma valóricamente muy tradicional— a las pulsiones más conservadoras de la población.

    No fue entonces importante para ganar la contienda si el candidato republicano era un gobernante eficaz o si poseía grandes virtudes como administrador. La clave de su triunfo estuvo puesta en que Bush logró beneficiarse de un estado de ánimo determinado.

    Dicho estado de ánimo pareciera haberse modificado en 2008. (Las malas experiencias con los instintos conservadores hicieron su contribución). Ahora es posible, en contraste, observar un movimiento cultural de amplias proporciones. Y es tal corrimiento de valores lo que podría explicar el fenómeno Obama mejor que la exitosa precandidatura del carismático líder afroestadounidense.

    Analista político



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