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Ricardo Raphael

Problemas de comunicación

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    18 de febrero de 2008

    Problemas de comunicación

    Cuando era presidente de Mé-xico, Carlos Salinas de Gortari se quejó alguna vez sobre la dificultad que solía enfrentar para ser atendido en el espacio público mexicano. Decía que necesitaba repetir la misma declaración al menos diez veces antes de atraer la atención.

    Según él, tanto la prensa como la clase política tenían los oídos muy duros. Fuera por distracción, por exceso de ruido o por negligencia de los interpelados, el hecho es que el jefe del Ejecutivo debía decir necia y machaconamente las cosas para estar seguro de que había sido escuchado.

    Aquella afirmación fue interesante, no tanto por la preocupación explícita del ex presidente, sino por las implicaciones que lanzaba sobre el ciudadano de a pie. Si a la voz más poderosa de la política nacional — a quien las cámaras y las grabadoras apuntaban en todo momento— le costaba tanto esfuerzo hacerse notar, ¿qué podrían esperar para sí los mexicanos comunes y corrientes?

    Contra lo que hubiera podido suponerse, con el paso del tiempo la calidad en la comunicación política no ha mejorado en México. Acaso ha ocurrido lo contrario. Desde la tribuna del poder los políticos se siguen quejando de las dificultades que padecen para que sus voces lleguen nítidamente a los destinatarios. Y algo similar ocurre con los ciudadanos, quienes por lo general se sienten poco escuchados por sus gobernantes.

    Quizá un caso que ha de recordarse en este contexto es el de Vicente Fox Quesada. Un mandatario que —ante los fracasos de comunicación— se vio forzado a contratar como vocero a Rubén Aguilar Valenzuela para que éste multiplicara y también reinterpretara sus propias declaraciones.

    Resulta increíble que Fox, habiendo sido un candidato presidencial a quien se le daba fácilmente el contacto con los electores, se convirtiera después en un presidente de la República con tantos problemas para hacerse entender.

    Felipe Calderón Hinojosa, por su parte, no ha estado exento de esta maldición. Apenas hace un par de semanas que el actual presidente regañó a varios de sus subordinados por su ineptitud para publicitar las actividades del gobierno federal. Bien saben quienes conducen la comunicación social de la presente administración lo difícil que es hacer que las acciones y las instrucciones provenientes de Los Pinos lleguen convenientemente a los oídos indicados.

    En efecto, durante la última década la comunicación desde el poder se ha vuelto aún más complicada. Y lo mismo ha sucedido con la aquella que parte de los ciudadanos y va hacia el poder. No ha servido todavía el proceso mexicano de democratización para que el ciudadano de a pie sea mejor atendido por los gobernantes, ni para que el gobernante se acerque mejor a los ciudadanos.

    Se suponía que los votos en las urnas deberían haber afinado el diálogo democrático entre unos y otros. Pero tampoco ha sucedido así. Como en la mayoría de las democracias modernas, el voto ha sido un instrumento útil para que los electores opten entre las diversas voces que se expresan en la arena política, pero no ha servido simultáneamente para asegurar que los gobernantes escuchen más atentamente la voz particular de los ciudadanos.

    Hoy ha de aceptarse que la comunicación política que se produce a través de las urnas es muy pobre. Esto se debe a que en ella no caben los matices, las coloraturas, ni mucho menos las complejidades. El voto popular es sin duda útil para integrar la representación popular y también para otorgarle legitimidad a los gobernantes, pero no es tan eficiente como se quisiera para mejorar el diálogo y la escucha entre los habitantes de una misma comunidad política.

    Los ciudadanos proyectamos en nuestros candidatos, como en una gran pantalla de cine, nuestra sensibilidad, valores e ideas, pero en la realidad terminan siendo ellos, los políticos profesionales —con sus subjetivas diatribas, discursos y publicidades— los que ocupan profusa y ruidosamente el espacio público. Si bien es cierto que los ciudadanos buscamos reconocernos en ellos, en sus actos y también en sus causas, también lo es que los políticos suelen estar más preocupados por hacerse ver y escuchar que por atender las preocupaciones ciudadanas.

    Precisamente porque los procesos electorales no pueden agotar, ni mucho menos resolver el intercambio comunicativo entre gobernantes y gobernados, es que las sociedades que aspiran a ser democráticas han de construir y robustecer otros caminos distintos para la deliberación pública.

    En la actualidad los medios de comunicación deberían ser esa vía privilegiada para abrir los canales de diálogo. A través de ellos los ciudadanos habrían hacerse escuchar en las altas esferas del poder. Sin embargo, no siempre ocurre así. Por lo menos no en el México de nuestros días.

    Intereses económicos, polémicas personalísimas, sensacionalismo, sondeos de opinión inducidos, feudalismo temático entre los principales medios, y también la prisa, son algunas de las razones que podrían explicar porqué tampoco los medios de comunicación han podido elevar la calidad del diálogo en nuestro país.

    Sorprende a este respecto la manera como se confeccionan las agendas noticiosas que, semana a semana, llenan buena parte de nuestro debate público. En particular, llama la atención que expedientes banales y sin trascendencia sean los que con mayor insistencia nos ocupan. Mientras tanto, otros asuntos que poseen más calado o que tienen implicaciones más graves terminan, por lo general, extraviados.

    Aún queda en México un largo tramo por recorrer antes de que contemos con medios eficientes para conectar las distantes esferas que interesan, por una parte, al político encumbrado y por la otra, al ciudadano de a pie.

    Es probable que en ese transcurso la prensa en nuestro país tenga que poner el énfasis en dos cuestiones: 1) acercarse a su auditorio y a sus lectores para averiguar cuáles son los temas y cuál es el tratamiento de éstos que más interesan y, 2) reforzar el periodismo de investigación que sabe roer los hechos hasta su propio fundamento.

    Ahora que, para mover la agenda mediática en dicha dirección algunos medios tendrían que estar más preocupados por sus televidentes, radioescuchas y lectores que por sus anunciantes y, al mismo tiempo, deberían estar más dispuestos a invertir en la formación de sus recursos humanos.

    Analista político



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