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Ricardo Raphael

Inteligencia, racismo y educación

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    14 de enero de 2008

    En 1969, Arthur Jensen, un sicó-logo de la Universidad de California en Berkeley, utilizando los exámenes de IQ (Intelligence Quotient) propuso que la población blanca era intelectualmente superior a la negra en alrededor de 15%. También afirmó que la diferencia entre ambos grupos humanos tenía un origen genético.

    Si bien el argumento de su investigación no era novedoso, el método para realizarla llamó la atención. Este académico californiano tuvo al alcance una herramienta de medición nunca antes usada para defender la teoría de la superioridad entre razas humanas a partir de la genética: los exámenes de IQ. Éstos comenzaron a practicarse a partir de 1942 y por tanto contaba con una serie de 27 años con datos analizables.

    Desde el siglo XIX, otros varios contempladores de lo humano habían intentado utilizar argumentos científicos para sustentar ideas similares. Entre otros, fueron militantes abiertos del fundamentalismo genetista los escritores Louis-Ferdinand Celine, de origen francés, y H.G. Wells, de Gran Bretaña. En su día, también Emilio Zola dio cuenta de esta tendencia supuestamente progresista de los intelectuales europeos, en su novela El Doctor Pascal, última entrega de la larga serie de Los Rougon-Macquart.

    Lamentablemente, muchas fueron las plumas influyentes para ayudar a que, ya entrado el siglo XX, la xenofobia se convirtiera en una ideología. La cual, por desgracia, terminó dando vigor a un amplio movimiento nacionalista en toda Europa. Sin esta influencia decimonónica, el nazismo difícilmente hubiera encontrado tan numerosos adeptos, y probablemente los campos de concentración donde los judíos fueron ejecutados no habrían existido.

    Aquella fatal experiencia ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial debió haber servido para enterrar el argumento de la superioridad racial. Sin embargo, como exhiben los estudios de Jensen y también otros posteriores, tales como los de Richard Herrnstein y Charles Murray, esta visión de las cosas aún goza de cabal salud.

    Apenas el año pasado, el premio Nobel James Watson advirtió que las políticas actualmente seguidas en el continente africano son inútiles ya que suponen que la inteligencia de los habitantes de esa región es similar a la que poseen los europeos o los norteamericanos. Y esta premisa, según el experto, es rematadamente falsa.

    En el mismo sentido —utilizando los exámenes de IQ— Herrnstein y Murray, en su texto The Bell Curve (1994), defienden la existencia de una pirámide de inteligencia donde los africanos y los hispanos estarían colocados en la base, los europeos ocuparían el estamento intermedio y los asiáticos se encontrarían en el nivel más elevado. Igualmente, de acuerdo con estos investigadores, serían los genes transmitidos de padres a hijos los que explicarían tal ordenamiento jerárquico de las inteligencias humanas.

    Como bien advierte Michael Gladwell —columnista del New Yorker y exitoso autor de los libros Blink y The Tipping Point— los superioristas genéticos son víctimas de su propio fundamentalismo. A la hora de revisar los resultados de las pruebas de IQ suelen desechar la influencia que la sociedad impone sobre los individuos examinados en ellas.

    Dice Gladwell a propósito de esta discusión: “Es probable que el examen de IQ sirva más para valorar la calidad del mundo en el que la persona evaluada vive, que para calificar el desempeño de su individual inteligencia”. Este famoso examen serviría mejor para evaluar el ambiente colectivo en el que la inteligencia se desarrolla.

    Desde esta perspectiva, no es sorprendente que los asiáticos logren alcanzar los mejores resultados en dichas pruebas. El ambiente social en el que un integrante de aquellas sociedades se relaciona con sus semejantes está marcado por su respectiva pertenencia a una cultura que acentúa los valores del trabajo, la disciplina y el éxito profesional.

    En este mismo hilo de reflexión, Gladwell retoma los hallazgos del neozelandés James Flynn, quien afirma que, desde su invención, los resultados de los exámenes de IQ mejoran año con año a razón de 0.3%. Sólo en Estados Unidos, entre la actual generación y la de sus predecesores, estas pruebas han ofrecido resultados superiores en aproximadamente 18%. Sin embargo, de padres a hijos, los seres humanos no estamos superando la calidad de nuestro ADN en una proporción así de importante. Si meramente se apela a razones genéticas, resulta muy difícil explicar esta mejoría.

    En cambio, tales resultados pueden explicarse por la transformación de la condiciones cognitivas que las sociedades humanas les están ofreciendo a los recién llegados. Lo que ha ocurrido entre mediados del siglo pasado y los años presentes es una verdadera revolución pedagógica de la vida social que está transformando las prácticas y los hábitos mentales de los más jóvenes.

    Así, la modificación del ambiente social se ha traducido en un poderoso cambio pedagógico que, al mismo tiempo, estaría produciendo resultados ascendentes en las pruebas de IQ. Los resultados de esta prueba dependerían —no de la genética particular de las personas— sino del contexto social en el que viven los individuos evaluados.

    Si se toma por bueno este razonamiento, dice Gladwell, podría explicarse también por qué en ambientes sociales cognitivos dispares se producen desempeños contrastantes. Ser educado en culturas distintas, bajo circunstancias diversas, termina afectando el desempeño individual de las habilidades valoradas por las pruebas de inteligencia.

    Por ejemplo, grupos humanos cuyo ambiente social es propicio para la abstracción y el desarrollo de conceptos complejos (en particular los matemáticos) tenderían a producir individuos capaces de ofrecer resultados superiores en las pruebas de inteligencia.

    La última de las pruebas para refutar la teoría genética de la superioridad racial también la ofrece Flynn. A la edad de 4 y 6 años, todos los niños reportan un resultado muy similar en las pruebas de inteligencia. Las variaciones entre los niños negros, los hispanos o los blancos no son estadísticamente significantes. Sin embargo, una vez que llegan a la adolescencia, la diferencia reportada por estas pruebas llega a ser de hasta 20 puntos porcentuales. Esta circunstancia se explica por el contexto social en el que cada uno de los individuos tuvo la oportunidad de madurar.

    Las sociedades exitosas se han caracterizado por una pedagogía, familiar y educativa, que busca activar la reflexión propia, autónoma e independiente de los sujetos.

    Analista político



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