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Serenidad ante el TLC

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    02 de enero de 2008

    La desgravación del comercio de frijol, maíz, azúcar y leche en polvo que se dio ayer en el marco de la última etapa de apertura comercial establecida en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte debe servir como inicio para un replanteamiento del aparato productivo agrícola mexicano y, sobre todo, para hacer un análisis sereno de las ventajas y desventajas de dicho acuerdo en la economía mexicana. La tarea se debió hacer desde hace tiempo, pero tanto los sectores productivos como el gobierno federal perdieron 14 años para llevar apoyo al agro.

    No podemos dar marcha atrás ni regresar al país a una época de cerrazón comercial con acendrado proteccionismo, en la que los sectores industriales y productivos vuelvan a ser ineficientes y carentes de competitividad internacional sólo por un nacionalismo mal entendido. La globalización no gusta a muchos, pero ahí está y no la podemos evitar enconchándonos en nosotros mismos, como si pudiéramos ser una isla ajena a lo que pasa en un mundo cada vez más interconectado.

    Es por eso que el balance general del TLC no puede reducirse a la exigencia de renegociación del capítulo agrícola que emprendió desde ayer un grupo de productores que se manifestaron en la frontera para “cerrar” simbólicamente el paso a las importaciones estadounidenses.

    También hay que ponderar las indudables ventajas que el tratado ha conllevado para el país, entre ellas haber superado un déficit comercial con Estados Unidos, que ahora se ha vuelto superávit. Se han generado empleos e inversiones que de otra manera no se hubieran conseguido dentro del país.

    Ciertamente, analistas calculan que en materia agrícola se han perdido 2 millones de empleos mexicanos, aun cuando entre 1993 y 2006 el comercio agrícola entre EU y México creció 260%, de 6.7 mil millones de dólares a 24.3 mil millones de dólares. Las exportaciones mexicanas han aumentado 300%, de 2.8 mil millones de dólares a 11.2 mil millones de dólares.

    En este tema en particular sí cabe hacer un airado reclamo a los gobiernos y autoridades agrícolas y comerciales del país en los últimos 14 años, para los que la apertura del sector no les provocó ningún sentido de urgencia ni apremio. El descuido ha sido fatal. Aun así, la culpa es compartida por quienes desde el sector campesino y agrícola no hicieron su parte en esta tarea, privando miserablemente al campo y a sus hombres del desarrollo económico.

    Ahora es tiempo de que se haga un gran pacto nacional de apoyo al agro para evitar las dos ominosas posiciones que se perfilan ya en la sociedad: la de quienes desde el gobierno federal piden resignación a los productores agrícolas y la de quienes desean abrir, con este pretexto, un nuevo frente de conflicto social.

    Nada de eso nos hará avanzar. Debemos evaluar lo bueno y lo malo que nos ha dejado el TLC y actuar en consecuencia. Ya que si bien en la parte agraria hay mucho por hacer para proteger al país —sobre todo a la luz del descarado proteccionismo estadounidense—, en materia industrial y de empleos hay un enorme trabajo por delante, como lo es tecnificar nuestra producción.

    Las empresas mexicanas se enfrentan con empleados impreparados para ofrecer valor agregado a través de la tecnología, como afirmó, con razón, Deborah Riner, economista en jefe de la Cámara Americana de Comercio.

    Por eso debemos evitar los conflictos y ofrecer soluciones diferenciadas a los retos que plantea la apertura comercial, sector por sector, que ni ha sido el fin del mundo pero tampoco la panacea a todos nuestros problemas.



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    Editorial EL UNIVERSAL Un Hoy No Circula más justo


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