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Rosario Ibarra

¡2 de octubre no se olvida!

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    02 de octubre de 2007

    Contra lo que muchos creen, yo no estuve en México ese día terrible. Vivía entonces en Monterrey, en la relativa paz de la que podemos gozar algunos mexicanos porque tenemos la suerte de trabajar.

    La noticia de lo que pasó en la Plaza de las Tres Culturas fue un golpe devastador en el ánimo de mucha gente de aquella tierra norteña. Los que más lo sintieron fueron los jóvenes, solidarios y desinteresados como suelen ser la mayoría. Entre ese maravilloso grupo, muy joven, de apenas 14 años, estaba mi hijo Jesús. Recuerdo cuánto le dolía leer lo que había pasado; me parece escucharlo aún, con aquel reclamo lleno de enojo y de tristeza: “¿Plaza de las Tres Culturas?... —decía— Más bien, plaza de la barbarie, de la crueldad, de la fiereza; plaza de las atrocidades, del sadismo y de la ignominia”... y buscaba en su mente las palabras para calificar el hecho abominable, la acción execrable.

    Ese día, lo que ese día pasó fue para la mayoría del pueblo mexicano como el zarpazo de una fiera desconocida, como el arañazo mortal de la garra de un monstruo que no sabíamos que existía... ¡Pobre pueblo mexicano, pobres familias de los jóvenes asesinados, cuánta tristeza nuestra al ver sus juventudes truncadas...! Y hay por allí gente de los malos gobiernos que cree que todo aquel horror se puede borrar de la memoria... ¡Jamás!

    No es el deseo de venganza lo que nos mueve. Ni quienes vivieron y sufrieron por aquella tarde terrible ni las familias de los desaparecidos políticos actuamos con odio. Es el anhelo de justicia lo que nos impulsa, es la idea permanente en nuestras almas de que ¡nunca más haya un 2 de octubre! Ni un 10 de junio, ni cárceles clandestinas llenas de desaparecidos. Queremos que la justicia vuelva su rostro hacia nosotros, que se arranque la venda de los ojos y contemple todo el mal que nos han hecho y los años de su ausencia transcurridos. La complicidad de quienes dicen ser los encargados de impartirla, con los gobiernos perversos y las torceduras que hacen a las leyes para alejar los castigos que merecen los autores intelectuales y materiales de tantos crímenes contra el pueblo.

    Y a propósito de éstos, es decir, un representante inconfundible de dichos actos es Luis Echeverría Álvarez, autor intelectual, durante más de una década, de las atrocidades sufridas por muchos de nosotros. Él, sí, él, que llamaba a nuestros hijos y compañeros terroristas, fue quien llenó este país de su muy particular estilo de gobernar, desatando el terrorismo de Estado que fue la divisa de su mandato sexenal, inaugurado el 2 de octubre de 1968 cuando fue secretario de Gobernación y “copiado” por quienes le sucedieron en el gobierno.

    Este hombre al que un viejo periodista regiomontano llamó “el vendaval de la guayabera”. Vive en el seno de su hogar, con la dicha de ver a su familia cerca, mientras nosotros, madres, familiares y amigos de los desaparecidos, seguimos por años y más años en nuestro reclamo de justicia.

    No hace mucho, la sensibilidad de algunos legisladores y su loable intención de actuar con benevolencia hacia los ancianos aprobaron en la Cámara de Diputados una ley que enviaba a los ciudadanos infractores de 70 años para arriba a sufrir la prisión preventiva en sus domicilios. Eso estuvo muy bien, sólo que no estamos de acuerdo en que todos los ancianos gocen de dicho beneficio, por lo que desde hace tiempo empezamos a preparar, y ya está listo para llevarlo al Senado de la República, un proyecto de decreto por el que se reforma el párrafo segundo del artículo 55 del Código Penal Federal en los términos siguientes:

    Artículo único.— Se reforma el párrafo segundo del artículo 55 del Código Penal Federal para quedar como sigue:

    Artículo 55.— Cuando la orden de aprehensión se dicte en contra de una persona mayor de 70 años de edad, el juez podrá ordenar que la prisión preventiva se lleve a cabo en el domicilio del indiciado bajo las medidas de seguridad que procedan, de acuerdo con la representación social.

    No gozarán de esta prerrogativa quienes, a criterio del juez, puedan sustraerse de la acción de la justicia o manifiesten una conducta que haga presumible su peligrosidad; tampoco gozarán de este beneficio aquellos contra los que la orden de aprehensión se dicte por los delitos de genocidio o desaparición forzada de personas.

    Repito, no es deseo de venganza, es anhelo de justicia... ¡2 de octubre no se olvida!

    Dirigente del comité ¡Eureka!



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