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Rosario Ibarra

No es lo mismo “las” que “sus” instituciones

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    18 de septiembre de 2007

    A últimas fechas, es común encon-trar en revistas, periódicos y en diversos documentos de mayor o menor importancia y hasta de ínfima categoría múltiples menciones, análisis, disertaciones, estudios, en fin, una variadísima gama de referencias a las instituciones y a la institucionalidad, como la deidad suprema que ha de regirnos y señalarnos el derrotero correcto. Allí se encuentra de todo, desde la morigerada opinión de un hombre de buena fe, hasta la que salpica la verborragia hedionda del intransigente… y es triste decirlo: éstos abundan.

    Al leer lo que escriben enjundiosos y solemnes, nos preguntamos: ¿recordarán la “institucionalidad” de Gustavo Díaz Ordaz?

    ¿Habrán sido capaces de olvidar la noche negra y terrible del 2 de octubre de 1968?

    Y la máxima “hazaña” de Luis Echeverría, el terrorismo de Estado, ¿fue para ellos el derrotero a seguir, colmó su anhelo de perfección institucional?

    Y antes de Díaz Ordaz allá por el 65, en Chihuahua, en Madera, el hermoso pueblo perfumado de pinares, en donde se sintió el zarpazo “institucional” de Giner Durán y su grito inmisericorde ante los campesinos azorados que contemplaban los cuerpos de los mártires que por ellos luchaban. “¿Querían tierra? Pues entiérrenlos sin caja y boca abajo para que traguen tierra hasta que se harten”.

    Y en Guerrero, Rubén Figueroa y su caterva criminal…

    Y en Guerrero también, un Ejército que se manchó obedeciendo los mandatos de sus “comandantes supremos”, que en mayo de 1969 iniciaron la era de las desapariciones que cundió como la peste por todo el país… saturando de ignominia su institucionalidad.

    Y pasaron los años y ningún presidente quedó al margen de la infamia. Todos y cada uno con su muy particular “estilo de gobernar” fueron imprimiendo su divisa durante los años de su sexenio… ¡Ninguno quedó limpio de culpa! Todos traficaron con lo que al pueblo correspondía, hurtaron para enriquecerse; no les conmovió la miseria de tantos, ni la muerte de millones de niños…. Por acción o por omisión, sus manos se mancharon de sangre y al final de su mandato salieron por la puerta trasera de la historia.

    ¿Y qué decir de los que se anunciaban como adalides de la democracia?

    Los que llegaron entre fanfa-rrias con sus heraldos anunciando el “cambio”... ¿cuál cambio… cuál diferencia? Corrupción, latrocinio, engaño, injusticia, impunidad… complicidad con los del pasado… y sobre todo ilegitimidad.

    ¿Cómo calificarán los impulsores de las instituciones a las del estado de México después de lo de San Salvador Atenco, a las de Puebla y a las de Oaxaca, por citar sólo unas cuantas? ¿Cómo acercarse a las instituciones en Oaxaca, que no responden a los reclamos de todo el mundo por los muertos, los desaparecidos y los injustamente encarcelados?

    ¿Cómo entender como bueno el maridaje “institucional” entre el gobierno federal y el de Oaxaca?

    Las preguntas son muchas y sacuden la indignación del pueblo que las hace y que no tiene respuestas... Crímenes impunes desde Ciudad Juárez hasta los más lejanos lugares en todos los puntos cardinales del territorio nacional, mientras la simulación impera como reina en todos los ámbitos del gobierno y ostenta con orgullo su poder y su capacidad para ganar adeptos en las cámaras, en esos recintos “de los representantes populares”, a los que el pueblo no tiene acceso y a los que cada vez muestra más su repudio, porque en vez de preocuparse por éste, por acercarse a él y ayudarlo, se acercan a las instituciones responsables de todos los males que le aquejan, en imperdonables actos de simulación

    Por allí hay quienes se quejan del rechazo que se hace de las instituciones y hasta repiten la ya famosa frase “¡Al diablo con sus instituciones!”, pero la modifican y dicen o escriben “¡Al diablo con las instituciones!”, que es cosa muy diferente y desconocida en este pobre suelo, ya que no ha existido, desde los ya lejanos tiempos del inicio de la imposición priísta, institución alguna que responda a los anhelos populares; de allí su animadversión a ellas, a las del pasado y a las actuales, fieles copias de aquellas. El deseo de lograr que las instituciones respondan a los anhelos del pueblo no muere, por eso afirmamos, repetimos, recalcamos: ¡no es lo mismo “las” que “sus”!

    Dirigente del comité ¡Eureka!



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