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Rosario Ibarra

Elvira Arellano

Inició su participación social en 1973, cuando acusan a su hijo, Jesús Piedra, de pertenecer a la "Liga Comunista 23 de Septiembre", una org ...

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    21 de agosto de 2007

    La medianoche era fría, muy fría. En el cielo límpido refulgían las estrellas y en las aceras brillaban los trozos de hielo de aquella medianoche en que arribamos a Chicago, hace ya mucho tiempo. Fuimos a un acto en solidaridad con los compañeros puertorriqueños, para exigir la libertad de sus presos. El movimiento en las entradas y salidas del aeropuerto no cesaba; viajeros que iban y venían, hombres y mujeres que presurosos caminaban, de vez en cuando tropezaban entre ellos o con los encargados de la limpieza que aun a esa hora no cesaban en sus tareas.

    Llamaba mi atención el ver tantos rostros que se me antojaban conocidos, rostros de rasgos de mi gente, de mi pueblo, de las razas que llenan el suelo de ese trozo de la Tierra que llamamos patria pero que, acosados por la miseria, cruzan la frontera norte y buscan el ansiado empleo que por acá les es negado.

    Conocía las historias del éxodo por pláticas con amigos de Monterrey, que habían visto partir a hijos y hermanos, a hombres que dejaban a la familia entera y que soñaban con poder enviarles el sustento que en su tierra no podían obtener. Esa medianoche fría, muy fría, se oprimió mi corazón de dolor, al imaginar las penalidades de los que llegan a aquella tierra extraña, en donde a veces son mal vistos, pero en la que se quedan “a como dé lugar” —dicen— porque “l’hambre es canija” y sufren lo indecible.

    Hace poco tuve una muestra más del sufrimiento de los nuestros allende la frontera. Al Senado de la República llegó un niño de escasos ocho o nueve años, en busca de apoyo para su madre. Saúl, Saulito, como le llaman sus amigos mexicanos que lo trajeron a esta tierra que es la de su señora madre, Elvira Arellano, que entonces supe que trabajaba en el aeropuerto aquel de la media noche fría, muy fría, en la que llegué para ir a un acto en solidaridad con compañeros de Puerto Rico que el gobierno de Estados Unidos mantenía presos...

    Elvira Arellano estuvo refugiada más de un año en una iglesia de Chicago y viajó a Los Angeles como parte de su campaña para demandar una reforma migratoria. Tenía pensado ir a Washington pero... (¡cuánta celeridad, qué gran presteza!). Tal pareciera que la seguían minuto a minuto sin perderla de vista, porque agentes de la Oficina de Inmigración y Cumplimiento Aduanal la detuvieron y, ni tardos ni perezosos, la deportaron.

    El que se vio lento (como siempre en estos casos) fue el gobierno mexicano, que adujo que lamentó “la celeridad con la que Washington instrumentó la deportación” y (¡oh cinismo!)... demanda explicación, porque el caso “podría tener implicaciones sobre los derechos humanos de la connacional”, ya que fue obligada a separarse de su hijo nacido en ese país.

    ¡Hipócritas! ¡Mendaces! Nada les importa la suerte de Elvira Arellano separada de su hijo, ni la de todas las “Elviras” de este dolorido pueblo, que sufren allá o acá. Sí les importan y mucho las deportaciones masivas de hermanos centroamericanos que llegan a Chiapas o a Tabasco. Tan sólo en una semana han apiñado en autobuses a más de 2 mil 500 ciudadanos de esos países... Aquí también saben deportar con celeridad... tenemos pruebas.

    El trato que se da en el país vecino a muchos mexicanos no parece importarles a los gobiernos. Hace tiempo denunciamos cómo en una enorme huerta de naranjos en California fueron empleados muchos compatriotas “indocumentados” —según las autoridades—. El dueño sabía que entraron al país sin los papeles requeridos y les dio empleo a todos. Contaron ellos que les decía que se protegieran de las fumigaciones y los pobres hombres trataban de cubrirse con lo que encontraran, pero era pretexto para mantenerlos ocultos hasta que terminaban la recolección de la naranja.

    En cuanto esto sucedía, los denunciaba a “la migra” y ésta los echaba fuera sin que les hubiera pagado por su trabajo, el moderno esclavista californiano... Injusticia y crueldad a ambos lados de la frontera; gobiernos de tácticas gemelas y acciones similares. Por eso, desde este espacio, rindo homenaje de respeto y admiración a quienes luchan contra tamaña injusticia, y un ejemplo maravilloso de ello es... Elvira Arellano.

    Dirigente del comité ¡Eureka!



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