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Ricardo Raphael

El Atenco de Calderón

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    13 de agosto de 2007

    El primer gran fracaso político de Vicente Fox Quesada, como presidente de la República, ocurrió a propósito del aeropuerto de Texcoco. Una obra de importantes proporciones para la economía mexicana fue anulada por el chantaje de un pequeño y manipulado grupo de macheteros.

    Diez meses después de haber anunciado con bombo y platillos la celebración de la obra, a principios de agosto de 2002 la administración foxista se arredró argumentando que era necesario conciliar con los dueños originales de los terrenos.

    Fox fue incapaz para llegar a una negociación que, por la vía política o por la monetaria, eventualmente hubiera encontrado solución.

    Además del daño que esa mala decisión produjo para el desarrollo del país, el episodio de los macheteros sentó un irremontable precedente sobre el estilo personal de gobernar del primer presidente panista.

    Gracias a éste, los grupos más radicales del país supieron que el valentón de Vicente Fox no tenía arrestos políticos suficientes. Quedó claro que El señor de las botas sabía ser rudo para combatir a sus oponentes políticos, tanto del PAN como del PRD, pero que su voluntad se aguadaba a la hora de negociar con los movimientos sociales.

    Ese otro Vicente no quiso poner en riesgo la figura histórica que se imaginó dejar de sí mismo para la posteridad. Había sido el primer presidente de la transición y no estaba dispuesto a mancillar su efigie por actos de gobierno que pudiesen ser valorados como autoritarios o represores.

    Cuatro años más tarde, el conflicto en Oaxaca confirmaría la verdadera naturaleza de su temple: la administración foxista se lavó las manos con respecto al conflicto con la APPO, dejándole a su sucesor la responsabilidad de realizar la tarea sucia.

    La lista de expedientes abandonados a medias por el gobierno foxista es larga. Cabe aquí destacar la negligencia frente a la corrupción en el sindicato de Pemex, la condescendencia con respecto a los caprichos de la dirigencia del SNTE, la indiferencia que expresó a propósito del autoritarismo en el mundo del trabajo, el enorme crecimiento de las bandas dedicadas al tráfico de personas y, desde luego, el desarrollo espectacular que logró el narcotráfico durante el mandato anterior.

    En el imaginario de los mexicanos quedó la idea de que la cabeza del Estado mexicano no era muy diestra para combatir (o, al menos eludir) los machetazos.

    Felipe Calderón Hinojosa está a punto de enfrentar un momento similar al episodio de los machetes. No se trata (todavía) de un asunto donde se cocinen marchas, plantones o actos de violencia. Sino de un frívolo desafío, lanzado desde la ciudad de San Diego, California, por una de sus aliadas políticas más importantes.

    Elba Esther Gordillo —líder vitalicia del SNTE— declaró en una entrevista que otorgara al periodista Raymundo Riva Palacio, que la actual secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota, no tiene experiencia ni credenciales aceptables para ocupar su cartera. La tachó de neófita y dogmática, así como de enemiga del proyecto educativo propuesto por su organización magisterial.

    No es la primera vez que la señora Gordillo usa a los periodistas para defenestrar a un secretario. Ya en los albores de su reinado (1991) dijo lo que tenía que decir para que Carlos Salinas de Gortari corriera al antecesor de Vázquez Mota, Manuel Bartlett Díaz.

    Más tarde, también en una entrevista que en su día le otorgara a Arturo Cano, despotricó contra Ernesto Zedillo, quien tan aliado suyo hubiera sido —también durante el gobierno salinista— cuando se concertó el Acuerdo para la Modernización Educativa.

    Justo antes de que Zedillo partiera para trabajar en la campaña de Luis Donaldo Colosio, la profesora advirtió: “Creo que el Acuerdo para la Modernización va a funcionar porque existe la conciencia de que la educación es fundamental, no porque las cosas se estén haciendo muy bien o porque la conducción sea buena”.

    En todas estas ocasiones, para referirse al titular de la SEP, las palabras de esta líder sindical han sido similares.

    Salinas, en su día, reaccionó corriendo a Bartlett y envió a Zedillo (para ulterior fortuna suya) a hacer campaña con el PRI. ¿Qué hará ahora Calderón?

    Indicios hay de que el camino salinista es el que más le acomoda. Uno hubiera esperado que el Presidente saliera presuroso a defender a su “entrañable amiga”, como alguna vez dijo de ella en sus memorias de campaña.

    Lo deseable habría sido una pronta frase de aliento, de protección, de cuidado, o de mínimo interés por la reputación de su secretaria, y por tanto de su gabinete.

    En cambio, mientras el Ejecutivo federal otorgó razón con su silencio, el único eco defensivo que se escuchó en el espacio público fue la respuesta de la propia secretaria de Educación: “Seguiremos trabajando respetuosamente con el SNTE”.

    Por lo que puede valorarse, a Calderón no le bastó con entregarle a la profesora la Lotería Nacional, el ISSSTE, la Subsecretaría de Educación Básica, la dirección de servicios de la SEP para el DF y la secretaría técnica del Consejo de Seguridad.

    Tampoco asume como exceso de generosidad por parte del Estado, que la mitad de las secretarías de Educación en las entidades federativas estén ocupadas por los leales de Gordillo. Ni que esta señora se haya quedado recientemente con la administración de las pensiones aportadas por los funcionarios que trabajan para el aparato gubernamental.

    Menos aún le preocupa que esta líder magisterial tenga secuestrada a la política de educación pública del Estado mexicano.

    Sin duda Gordillo es enormemente valiosa para ganar elecciones y también para obtener votaciones ventajosas en el Congreso. Pero de ahí a coincidir con que sus pretensiones políticas pueden ser ilimitadas, existe honestamente un largo y considerable trecho.

    De entregarle Calderón a la señora Elba Esther la renuncia de Vázquez Mota, el nuevo Presidente comenzará a forjar su propio sometimiento a la política de los machetes.

    Esta líder magisterial no requiere ocupar calles o carreteras para chantajear (de quererlo, desde luego que podría hacerlo); lo llamativo es que baste una palabra suya, pronunciada desde la comodidad de su apartamento frente al mar en el otro lado de la frontera, para que todo el gobierno de la República se ponga a temblar.

    Analista político



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