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Ricardo Raphael

Movimiento social dislocado

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    07 de mayo de 2007

    E l sindicalismo independiente no ha logrado convertirse en una solución alternativa al liderazgo charro que todavía hoy gobierna los asuntos de los trabajadores. Durante los últimos años ha ido conquistando causas y terrenos de representación que son invaluables, pero diversas razones le han impedido transformar los arreglos institucionales autoritarios del viejo régimen.

    Sus líderes suelen argumentar que la derrota se debe a que el Estado, aún después de la transición democrática, optó por proteger a los viejos liderazgos. Está claro que si el Estado utiliza sus facultades para controlar la representación laboral en el país, si nombra y defenestra arbitrariamente a los dirigentes, si permite la simulación, si administra la justicia laboral a través de mecanismos irregulares y poco transparentes, si utiliza a las organizaciones obreras para ganar elecciones, o si entrega recursos políticos y económicos ilimitados a sus aliados, las condiciones materiales para que germine un liderazgo sindical alternativo son inadecuadas.

    Sin embargo, aunque válido, este argumento es insuficiente para entender por qué los independientes no han tenido éxito. El Estado mexicano no se transformó gracias a que sus principales actores renunciaran a seguir gobernando autoritariamente. Las instituciones y las normas que hacían imposible que una contraélite política pudiese ser considerada como opción viable de gobierno no fueron derrocadas desde adentro. Con seguridad, varios lustros más habrían durado de no haber ocurrido que una oposición coherente y entusiasta se organizara alrededor de la bandera de la democratización.

    Tal episodio habría de servir ahora como lección para los líderes sindicales que sinceramente desean ver un cambio en el mundo del trabajo. ¿Son sus organizaciones realmente una oposición al régimen actual de instituciones laborales? ¿Ejercen su liderazgo con coherencia a propósito de los principios que dicen defender? ¿Con qué habilidades cuentan para entusiasmar, con sus causas, al resto de la clase trabajadora mexicana? En la respuesta a estas tres preguntas podría encontrarse la explicación, interna al movimiento sindical, por la que las cosas han cambiado tan poco.

    Muchos líderes que hoy se consideran charros o progobiernistas comenzaron su carrera política como jugadores independientes. Para varios de ellos la disidencia, como forma de acción política, fue un vehículo para obtener un lugar en el arreglo autoritario. La consigna para algunos fue: "contra los líderes charros hasta que les alcancemos". Esta experiencia ha puesto un velo de desconfianza sobre la verdadera legitimidad de la bandera independentista.

    A propósito de la coherencia de sus actos también subsisten abultadas dudas. ¿Cómo pueden pretender democratizar al movimiento sindical líderes que llevan más de 25 años al frente de sus organizaciones? ¿De qué manera confiar en sus planteamientos si, con el paso del tiempo, han tratado a sus disidentes de la misma manera con que ellos han sido tratados por el Estado?

    Hombres de la talla de Francisco Hernández Juárez, líder de los telefonistas, justifican este hecho argumentando que la renuncia a sus cargos implicaría inevitablemente la claudicación del movimiento. Abrir el espacio para la rotación en las principales carteras sindicales, advierte el líder de los telefonistas, podría conducir a que tanto el Estado como las fuerzas antidemocráticas destruyeran la plataforma con la que cuentan para emprender la transformación.

    Con todo, este razonamiento siembra otra interrogante: ¿por qué los trabajadores de tales organizaciones son todavía incapaces para discernir entre los buenos y los malos de la película? Habría de suponerse que, en sus sindicatos, los frutos brindados por una representación real y democrática han desterrado ya los elementos más anticuados de la cultura laboral. Y si no es así, ¿por qué el ejercicio de su liderazgo no se ha traducido en una verdadera pedagogía democrática?

    Este tema nos lleva a la tercera cuestión: ¿por qué el sindicalismo independiente no despierta suficiente entusiasmo fuera de sus organizaciones? Si, como señalan las cifras oficiales de la Secretaría del Trabajo, ocho de cada 10 trabajadores mexicanos están afiliados y pagan mensualmente cuotas a sindicatos inexistentes, ¿cómo es posible que esa circunstancia no haya sido aprovechada para arrancarle cientos de miles de adeptos a la CTM, la CROM o la CROC?

    Algo en la organización y la construcción del discurso de los independientes está descompuesto. Una primera hipótesis llevaría a decir que quizá no existe en la realidad un movimiento socialmente articulado y solidario alrededor de la reforma al mundo del trabajo. Tal cosa no querría decir que no hayan sindicatos que protesten por una razón u otra en las calles y contra las autoridades, sino que su dislocamiento es tal que en su conjunto no han podido unificarse alrededor de objetivos y acuerdos concretos que les hagan actuar de manera más coordinada y eficaz.

    Las complicaciones para que sindicatos que comparten el mismo enojo traduzcan la diversificación de sus reclamos en una ruta productiva de acción son evidentes: por una parte no han podido agruparse dentro de un mismo partido, lo cual hace que su influencia política se disperse. Y por la otra, tampoco han logrado oponer un frente sólido en la negociación con el Estado. Luego, el repertorio estratégico que utilizan es tan diferenciado que envía mensajes muy confusos al espacio público. Por momentos diera la impresión de que cada sindicato utiliza a los otros para hacer avanzar sus propias causas y no las del conjunto.

    Queda por analizar el tema del discurso. Actualmente éste está construido de muchas proclamas y pocas ideas. Repleto de referencias al neoliberalismo, el mercado salvaje y la injusticia mundial, pero hace abstracción de términos que conciten más optimismo y que convoquen entusiastamente a los trabajadores para conquistar un mejor futuro. Lo grave es que ese pesimismo se cuela, a través de los medios de comunicación, hacia el resto de una sociedad, que no termina de ver como atractivo apoyar una lucha cuya ética y valores es poco comprensible.

    Sería injusto decir que al sindicalismo independiente le falten propuestas, pero cierto es que no ha sido posible eslabonarlas de tal manera que constituyan una explicación inteligible y coherente para los demás grupos que componen a la sociedad.

    Analista político



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