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Ricardo Raphael

Esto no es posibilismo

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    16 de abril de 2007

    El tic-tac del pensamiento conservador suena en todas partes. Un zumbido regular e implacable que recorre México para asegurarse de que nada cambie. Susurra conformismo y pugna tenazmente por que la realidad se quede quieta.

    El pensamiento conservador usa los espejos retrovisores, pero no ve más allá de las líneas blancas trazadas sobre el camino. Como el ciclista de domingo, sólo está interesado en el paseo pero no en el punto de llegada.

    Su inteligencia se limita a dos motivaciones: la comodidad de lo continuo y el miedo a lo imprevisto. Cualquier otra inspiración es de mal gusto y también de mala educación. Por eso es rápido para señalar como idealistas, locos, demagogos y populistas a quienes no sean capaces de comprenderle.

    En estos días los mejores conservadores se conciben a sí mismos como pragmáticos. Han aprendido a disfrazarse con ropajes múltiples para ocultar su verdadera naturaleza. Son ladrones de términos y discursos éticos sobre los que nada entienden.

    Cuando la circunstancia lo amerita el conservador dice ser evolucionista, o se vuelve un paladín del cambio gradual y moderado, un promotor vigoroso de la reforma. Y si lo anterior no le es suficiente, es incluso capaz de presentarse ante la sociedad con ropajes de liberal. Todo con tal de que su preciado conformismo se imponga sobre los demás.

    Para el conservador no hay palabra inútil siempre y cuando sirva para que sus propósitos se cumplan. Suele ser un gran maestro de la justificación. No es caprichoso pero sí arbitrario, tampoco coherente pero muy consistente, miente muchas veces pero con el solo objeto de asegurar la pervivencia de su verdad.

    La flexibilidad aparente de sus ideas confunde y envuelve. Precisamente por sus habilidades es que suele engañar a tanto bobo. En política dice estar a favor del cambio, y sin embargo es mejor que nadie para impedir las transformaciones. En economía defiende implacablemente los valores del mercado, pero es incapaz de tocar los intereses de los privilegiados.

    Cuando habla del Estado, lo hace en términos fuertes y vigorosos, siempre y cuando éste sirva para proteger la propiedad que sobre él mantienen unos cuantos. Si al conservador se le muestra una realidad adversa a sus intereses, éste tratará siempre de negarla. No le parecen graves la discriminación, las desigualdades ni la marginación. Son accidentes tristes del destino y nada más.

    Ahora a los conservadores les ha dado por llamarse a sí mismos posibilistas. Insisten una y otra vez que lo posible siempre es mejor que lo deseable. Detestan lo que Jesús Silva Herzgog-Márquez llama la idiotez de lo perfecto o, en palabras de Carlos Castillo Peraza, lo perfecto imposible.

    El término se lo han robado al economista socialdemócrata alemán Albert O. Hirschman. En su día, éste lo propuso para oponerse a la rígida disyuntiva que los modelos socialista o capitalista imponían a los países en desarrollo. Hirschman fue un promotor serio y responsable que buscaba vías terceristas para el cambio social. Un imaginativo adversario de las soluciones maniqueas y bidimiensionales. Es por ello que pensaba siempre en términos de posibilidades.

    Pero su filosofía estuvo lejos del campo conservador. El posibilismo hirschmaniano es esencialmente una apuesta por la transformación de la realidad, por los objetivos elevados, por la metamorfosis del presente. Es un pensador que cree en las bondades del proceso civilizatorio de la humanidad, en las fortunas que mejoran las condiciones para la expresión de lo humano. El posibilismo para Hirschman es un método que no sólo ha de permitir el movimiento, sino también una modificación del destino.

    En cambio, ahora los conservadores han trastocado la filosofía posibilista para acomodarla a sus intereses. Argumentan que lo posible es sinónimo de lo que es, de lo que los poderosos dejan hacer, de lo que los límites impuestos por el contexto injusto determinan. Para ellos, no hay en la conjugación de este término la noción de mejora, sino de permanencia del statu quo.

    Cuando proponen una reforma a los impuestos asumen que poco será lo que realmente se pueda hacer porque los poderes fácticos son muy importantes en este país. Cuando emprenden una reforma al régimen de pensiones se desinteresan por el 75% de las personas que no gozan en México de este derecho. Cuando proponen la reforma del Estado sólo piensan en la conservación de los fueros y las prerrogativas de los políticos de hoy. Cuando enfrentan a quienes en la sociedad desean ver crecida la libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo, se manifiestan en las calles para que la legislación actual se quede igual.

    El descaro es muy grande cuando los conservadores asumen que posibilismo es sinónimo de inmovilismo. El primero es un término inteligente, lo segundo, una rutina improductiva. Dicen que lo deseable es enemigo de lo bueno, pero al hacerlo aseguran que el conformismo sea un impedimento para alcanzar lo mejor.

    Usan al posibilismo para negar las realidades indeseables, ominosas y también las inmoralidades que vive México. Con su versión exacerban la importancia de las fronteras y eliminan la posibilidad de las soluciones.

    El conservador es una persona que pasa la mitad del día diciendo lo que no se puede lograr y la otra mitad durmiendo. Su prédica es la de la resignación.

    Son gobernantes que preferirían poblaciones sin deseos, sin ambiciones, sin intenciones. Sembradores de apatía. Argumentan que todos estamos bien a pesar de que la situación demuestre lo contrario.

    Se dicen pragmáticos porque han sido hábiles para sortear los conflictos sin salirse de su cartabón. Hombres que presumen de madurez porque han renunciado a los objetivos radicales. Almas serenas porque han hecho de la parálisis su mejor herramienta para sobrevivir.

    Y sin embargo, a pesar de su retórica malabarista, son los mismos de siempre. Conformistas iguales a los de ayer que haciendo gala del oportunismo discursivo prefieren ver a un México pequeño y sin oportunidades. Ignorantes de que la principal apuesta del posibilismo es precisamente por la construcción de posibilidades.

    Analista político



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