aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Ricardo Raphael

El bulto ciudadano

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

Más de Ricardo Raphael



ARTÍCULOS ANTERIORES


    Ver más artículos

    30 de marzo de 2007

    El fin de semana pasado me topé con una imagen de Leticia Bonifaz Alonso, consejera jurídica y de Servicios Legales del Gobierno del Distrito Federal, montada en una bicicleta. En el pie de foto se comentaba que la funcionaria se está entrenando porque su jefe, Marcelo Ebrard Casaubón, dio instrucciones a los servidores públicos de la capital para que comiencen a acudir al trabajo en ese saludable vehículo de dos ruedas.

    Hubo algo en ese hecho que, de golpe, me pareció ofensivo. Pero no supe reconocer en un primer momento qué era exactamente lo que me cabreaba. Finalmente merodeé el asunto hasta que puede determinar el origen de mi enojo: sólo a alguien que no conoce esta ciudad se le podría ocurrir la peregrina idea de proponer a la bicicleta como un medio seguro de transporte.

    El Distrito Federal es un territorio donde únicamente gobiernan los vehículos de cuatro ruedas. Todo lo demás es bulto. En esta urbe, habitada por casi 8 millones de personas, es muy difícil que lo traten a uno como persona si no está dentro de un artefacto forrado de lámina.

    Como bultos son tratados los peatones cuando cruzan las avenidas; como objetos inanimados son vistos quienes hacen largas filas para subirse a un transporte público después de una larga jornada de trabajo; como partículas prescindibles son considerados los niños, cuando ya no pueden salir fuera de casa sin estar acompañados por un adulto; como prominencias minúsculas son valorados los ciudadanos que año con año van perdiendo valiosas horas de su existencia por culpa del tráfico.

    Hace algunos meses, cuando la avenida Reforma se volvió intransitable, tomé la ingenua decisión de hacerme de una motoneta con el objeto de librar el angustioso tránsito vehicular. He de decir que por un tiempo me reconcilié, gracias a ella, con el lugar donde he crecido. Descubrí que no sólo era placentero reducir las horas de transporte, sino también observar con la vista desnuda las fachadas de las casas, los frondosos árboles de las avenidas, a la gente transcurriendo entre la gente, y así todo un espectacular paisaje que ni en el Metro, los microbuses o el coche es posible apreciar.

    El gusto me duró poco, sin embargo. La ciudad de México no ha sido concebida para un medio bípedo de locomoción. Si el transeúnte se descuida, puede fácilmente torcerse los tobillos cuando camina sobre las banquetas destrozadas por las raíces de los árboles; mismas que son igual tortura para las sillas de ruedas o para las mujeres que empujan una carriola.

    Respecto del conductor de bicicleta, de moto o de cualquier otro medio que se parezca, la cosa es aún peor. El asfalto aquí es de tan mala calidad que los baches se han vuelto bocas feroces capaces de engullir todo lo que les pase por encima. ¿Y qué decir de las coladeras? Esas montañas surgidas de la nada que tienen como único propósito destrozar la dignidad propia.

    Pero el equipamiento urbano no es la única de las amenazas para los bípedos. Mi experiencia como motociclista terminó el día 23 de febrero en que un señor decidió que mi persona y las ruedas que le condujeran eran invisibles. Una mañana, mientras yo transitaba por una plácida callejuela, sin consideración me echó encima su automóvil; como resultado caí, rodé y me rompí varios huesos que me encerraron un buen mes en casa.

    Los amigos no han dejado de recordarme lo absurdo que fui al pretender creer que vivía yo en la ciudad de Roma. Aquí o te ocultas tras un armatoste forrado de metal o eres simplemente un bulto. Ahora podrá entenderse por qué esa foto de Leticia Bonifaz montada en su bicicleta me pareció tan absurda.

    En ciudadanos imaginarios, como alguna vez dijera Fernando Escalante, nos hemos convertido los capitalinos. Objetos inermes ante el monstruo urbano que todos los días nos hinca su mordisco. Yo nací en esta ciudad y por eso no tengo pensado todavía abandonarle. Y sin embargo, cada día me siento menos ciudadano de ella porque tal cosa aquí no sirve para mucho.

    Ordenar que un puñado de funcionarios ponga el ejemplo de usar la bicicleta como medio de transporte tiene mucho de demagogia y poco de solución. Señor Ebrard: no dudo que sus intenciones sean buenas pero antes de seguir adelante quiero ofrecerle mi motoneta que, como supondrá, ahora está en venta.

    Analista político



    ARTÍCULO ANTERIOR
    Editorial EL UNIVERSAL Un Hoy No Circula más justo


    PUBLICIDAD.