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Ricardo Raphael

Las distancias se construyen

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    16 de marzo de 2007

    No es ninguna tragedia que Felipe Calderón Hinojosa y George W. Bush no sean amigos. Quizá incluso se trate de una buena noticia. ¿De qué nos sirvió la amistad entre vaqueros que Vicente Fox y ese presidente estadounidense sostuvieran anteriormente? Más allá de sus expresiones sensiblonas, la agenda bilateral de los respectivos gobiernos tendió a ser un desastre.

    Uno de los vicios de carácter que solemos tener los mexicanos es que trasladamos a la esfera de lo personal nuestras relaciones profesionales. Estamos convencidos de que, si nos tomamos un cafecito o nos echamos una copa o visitamos en su casa al socio, al jefe o al empleado, los asuntos de trabajo saldrán a pedir de boca. Y normalmente esta premisa enreda más de lo que mejora las relaciones humanas. Mientras lo personal es privado, lo profesional corresponde al territorio de lo público. Sin embargo, asumimos que de llevar al ámbito de lo familiar a quien nos impresiona o amenaza, podremos tratar expedientes complejos dulce y amablemente.

    El consabido formulismo social "mi casa es tu casa", nos hace suponer que la casa del otro pronto será también de nuestra propiedad; un lugar donde uno imaginariamente ordena y dispone. Si se revisa con detenimiento, esta asociación mental es absurda; por más que ofrezcamos un suculento postre al invitado, falso es que éste nos tratará posteriormente como si fuésemos un hermano.

    En Estados Unidos también se acostumbra visitar al otro en su residencia. Pero tal cosa no presupone un grado tal de intimidad donde lo profesional pase a un segundo plano. Los vecinos siempre son amables, muy corteses, y suelen sonreír a la menor provocación. Pero es difícil que pierdan de vista la línea divisoria entre lo ajeno y lo propio.

    Este desencuentro entre nuestras culturas llegó al extremo cuando Vicente Fox invitara a su homólogo estadounidense al rancho en San Cristóbal. Lugar donde a la postre nada importante trataron de la agenda bilateral y, en cambio, el gran amigo de México aprovechó la estancia para ordenar desde ahí el envío de más tropas a la guerra contra Irak.

    Poco le importó que nuestro país hubiese estado en contra de tal invasión; al fin y al cabo estaba en casa de un amigo y la confianza permitía ese gesto de tan mala educación. Entonces habrá aprendido Fox que su casa no debía ser utilizada como residencia de ese presidente extranjero. En todo caso, si de construir una amistad personal se trataba, lo más sano para ambos hubiera sido esperar a que los dos terminaran con sus respectivas obligaciones profesionales.

    Quizá la gran diferencia entre aquellos empalagosos episodios y lo que se observó durante la pasada visita de Bush a Yucatán, haya sido la formalidad y el respeto que imperó en esta ocasión. Calderón pudo ser cordial pero firme, y por su parte, el presidente estadounidense se permitió ser realista pero elegante. Como resultado, la comunicación entre los dos mandatarios terminó siendo fluida y provechosa.

    El Ejecutivo mexicano criticó el muro fronterizo, pidió más inversiones y advirtió que la batalla contra el narcotráfico debía darse corresponsablemente. Bush dijo respetar el planteamiento y, sin mencionarlo, dio a entender que durante su administración ya no podría hacer mucho al respecto del tema migratorio. Luego reconoció públicamente que el problema del narcotráfico encontraba su origen en el alto consumo de drogas de sus conciudadanos.

    En concreto, cada quien hizo explícita su respectiva responsabilidad y también subrayó sinceramente los alcances reales de sus decisiones. Lo explícito de las declaraciones ahí expresadas, fue una cosa sana; incluso alrededor de los expedientes donde evidentemente no puede haber acuerdo en el presente. Y tal cosa se debió, sin duda, a la distancia que el protocolo imperante ofreciera para el diálogo.

    Asimismo estuvieron presentes otros temas menos atractivos, pero que son igualmente trascendentes para la agenda futura bilateral. No ha de menospreciarse la intención de mejorar los mecanismos conjuntos para combatir el lavado de dinero de narcotraficantes y terroristas, ni los acuerdos alcanzados en materia de transferencia de tecnología militar para enfrentar conjuntamente al crimen organizado.

    En todo caso, el atributo de esta visita, más allá de los contenidos abordados en las deliberaciones, es el cambio en el tono diplomático utilizado por ambos presidentes. Las distancias también se construyen y paradójicamente hoy tal cosa ha de celebrarse.

    Analista político



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