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Rosario Ibarra

Cariño que mata

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    13 de marzo de 2007

    Todo empezó a mediodía. Una serie interminable de más de un centenar de estornudos me sacudió por varias horas, y de mis ojos y de mis fosas nasales eran raudales de líquido tibio los que brotaban. "Es alergia -pensé ilusa-, con una tabletita de antihistamínico se me van a quitar todas estas latosas molestias.", pero lo triste fue que pasadas unas horas, con todo y la ingestión de la tabletita mágica que inhibe las reacciones alérgicas, cada nuevo minuto me sentía más mal.

    Empezó un escalofrío que me hacía pensar en las estepas rusas o en el invierno de la cruel Siberia, y luego, una fiebre altísima me quemaba y podía imaginar dentro de mi pecho las colonias de neumococos, estafilococos, estreptococus o no se qué carajo "coco" que me lo desgarraba. y así estuve, enferma, tirada a todas horas en la cama, en un sofá, en una silla, o en cualquier espacio que me hiciera sentirme menos mal, atiborrado mi cuerpo de medicamentos y la mente llena de pensamientos dolorosos.

    ¿Qué harán -pensaba- los millones de pobres que no tienen con qué comprar las medicinas? ¿Cuántos niños mueren en todos los rincones de México? ¿Cuántos pobres viejos se van antes de tiempo, porque no hay forma de aliviarlos.? Si no les alcanza ni para mal comer, menos podrán llegar a la altura de los precios de las medicinas.

    No es ni ha sido -aclaro- la primera vez que me asaltan estos pensamientos. Siempre que veo o recuerdo o imagino las desventuras de la miseria, mi mente se satura de la pena que debe embargar las almas de todos los pobres, cuando mueren en sus miserables chozas los seres que aman, sean niños, jóvenes adultos o ancianos, porque todos queremos a los nuestros, pero hay quienes creen que los pobres no aman, que su condición de hambrientos de todo les margina hasta de los afectos o la fatal resignación les ha vuelto insensibles. ¡Pobres almas de los que así piensan!

    Sus conciencias les harán sentir algún día "el crujir de huesos y el rechinar de dientes" por la miseria de sus almas, porque están en la orfandad de buenos sentimientos, porque no saben lo que es misericordia y se niegan a entender lo que es justicia.

    Pasaron los días y todas las medicinas ingeridas hicieron su labor: la salud retornó poco a poco, pero con andar seguro.

    Pensé entonces en muchas cosas que tienen que ver con el contagio, con eso que es un enorme problema de salud pública: la transmisión de las enfermedades, hasta de "una simple gripa", porque las recomendaciones de los médicos (reposo, ingerir mucho líquido) no son sencillas de seguir para las mayorías, por todas las razones que ya sabemos, sobre todo el subsistir en medio de la precariedad de su existencia.

    Y recordé entonces los días pasados y encontré en esos recuerdos lo que pudo haber sido la causa del contagio de la "simple gripa" que me invadió. Había cumplido 80 años y por ello hubo jolgorio y fiesta y abrazos y besos a granel, y alguien o algunos por allí anduvieron desparramando el mal, ya fuese por contacto directo, ya por tos o estornudos. ¡qué sé yo! El caso fue que me sentí muy mal, pero ya voy saliendo.

    Y hoy pienso mucho en la maldad de algunos seres humanos de todos los tiempos que pretendieron llevar a cabo lo que hoy se conoce como "guerra bacteriológica".

    Los iniciadores, según la historia, arrojaban los cadáveres de quienes habían muerto de la temida peste a las fortificaciones de los sitiados para que enfermaran y diezmaran su fuerza, y en tiempos no muy lejanos se pensó hasta en hacer más resistentes las bacterias que serían utilizadas para el exterminio de los ejércitos enemigos. ¡Pobre humanidad! En mi caso, fue el cariño la causa de mi mal, que puede convertirse en cariño que mata.

    Dirigente del Comité ¡Eureka!



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