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Ricardo Raphael

Pistas para una reforma fiscal

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    26 de enero de 2007

    Una larga novela policiaca podría escribirse en México sobre el extraño caso de la reforma fiscal. Curiosa cosa es que todo político o gobernante mexicano sepa de su urgente necesidad y al mismo tiempo que ésta siga moribunda.

    Si el Estado mexicano no cuenta hoy con recursos suficientes para responder a las necesidades de sus gobernados, en mucho se debe a la delgadez de la voluntad política. Y esa falta de voluntad sólo puede explicarse por un conjunto de complicidades y también de corrupciones que, golpe a golpe, han anulado cualquier intento serio por reformar la fiscalidad.

    Seis habrían de ser las primeras pistas a seguir para resolver este bizarro caso, ahora que el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, ha anunciado su intención por emprender de nuevo tan ingente batalla.

    Transparencia es la primera de todas las claves para hallar lo perdido. La opacidad es una pésima consejera para la cooperación. A nadie en su sano juicio se le puede exigir que aporte más si no se sabe a dónde van a parar sus dineros.

    La exigua confianza puede mejorarse por la transparencia generalizada tanto de los ingresos como del gasto. Transparencia no sólo en el nivel federal, que es muy importante, sino también en las esferas del gobierno local y de los estados.

    Consenso en el gasto público de mediano plazo es la segunda de las pistas. Ninguna reforma fiscal puede hacerse de la noche a la mañana. Obviamente lleva tiempo y necesita metas pactadas e incrementales. Pero para hacerla viable se necesita pensar también en el gasto, no como una fotografía anual, sino como una película que va desarrollándose al cabo de los años.

    Cifras van y vienen sobre el déficit de inversión que México experimenta hoy respecto de la educación, la salud, la infraestructura básica, las carreteras, los puertos, los aeropuertos y todo un largo etcétera y, sin embargo, los actores políticos no han sido capaces de ponerse de acuerdo en una política multianual solventable que encadene en el tiempo los impuestos, la justa distribución y el crecimiento del gasto.

    En el movimiento armónico de estos tres elementos radica buena parte de la credibilidad que podría despertar la nueva reforma fiscal.

    Consenso en la tasa óptima de recaudación del Estado mexicano sería la tercera pista. Muy difícil fue coincidir con la reforma fiscal planteada por el anterior secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, cuando éste proponía subirle los impuestos a los más pobres con el sólo objeto de aumentar los ingresos públicos en un miserable 2.5% del PIB.

    El Estado mexicano necesita, al menos, 10 puntos más del producto para acercarse a un objetivo razonable. Si existen otras metas similares para el déficit público, la inflación o la deuda, ¿por qué no habría de hacerse lo mismo en materia de recaudación? Muy pronto debería construirse una cifra que sirva como referente, como brújula, para todas las fuerzas políticas.

    La cuarta pista es la despetrolización de los recursos públicos. Las varias y muy amargas experiencias de crisis económica que el país ha enfrentado dejan en claro que el petróleo no es una sana solución para financiar el gasto público.

    Entre otras cosas aprendimos que los precios danzan voluptuosamente, los pozos se secan, la corrupción arrecia, la diversificación de la economía se estanca y la negligencia en el gobierno se reproduce. Tener petróleo en el subsuelo ha sido tan bondadoso como perjudicial para nuestro país. Una buena reforma fiscal que despetrolice las finanzas públicas permitiría quedarse sólo con lo bueno y deshacerse de lo demás.

    Corresponsabilidad fiscal entre la Federación y los gobiernos locales sería la quinta clave. No hay federalismo que aguante cuando los gobiernos locales cobran la menor parte de los ingresos, ni instancia federal que pueda dejar a todos contentos cuando está sola en la responsabilidad de distribuirles. La próxima reforma fiscal será federalista -en la recaudación y distribución de los dineros- o no será.

    Finalmente, la sexta pista tendría que ver con la despartidización de esta reforma. Sería muy ingrato ver a uno o varios partidos jugando el juego del gorrón para hacer ver como los malos de la película a las fuerzas políticas que apoyasen esta vital iniciativa. Si el Estado mexicano ha de robustecerse financieramente necesitará de la solidaridad, y esto quiere decir solidez, de todos los actores que lo componen.

    Analista político



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